Variaciones romanas
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Abraza el aire limpio como un pino de Roma:
con dedos o con vidrios. Igual que un mirlo
no vuelve más azul de los cielos, tampoco
somos nosotros dioses en miniatura.
Nuestra felicidad es nuestra insignificancia.
La distancia, la altura, desdeña los hemistiquios
de la piel. El cuerpo es un espacio invertido, por mucho
que pedalees no importa. Es la misma razón
de nuestra infelicidad. Mejor desabrocharse
la camisa, apoyarse en la sombra de un pórtico,
posar un antebrazo contra la piedra fría, mirar
cómo va hundiéndose el sol tras los jardines, cómo
el agua –que agasajó otros huesos– se vierte
desde bocas de herrumbre, un bostezo de cráneos
que arregaza a las piérides, a la ninfa que insiste
en hacer de un labio un filo de verdín en el mármol.