Un mundo secreto

Hablar de un mundo secreto es dirigir el ojo de la linterna sobre un mundo inquietante. Si aplicamos la lente de aumento sobre una vulgar mosca, la mosca es un monstruo extraordinario. Debajo de la realidad o, mejor, en la propia realidad pulula un enjambre de animalillos, plantas y hasta objetos de invisible vida. ¿Qué hacen, qué maquinan los alimentos cuando se cierra la puerta del frigorífico, esa máquina que nunca descansa?, se pregunta uno de los personajes de [Un mundo secreto]. Y es que todo lo que es secreto es inquietante, por eso con un solo adjetivo basta para explicar el mundo.

Los diez relatos de este libro son diez maneras distintas de continuar una búsqueda. Como en toda búsqueda hay encuentros y desencuentros: el perro que, rompiendo la costumbre, no acude a saludar a su dueña; el torpedo que descubren unos niños bajo la arena y el petrolero varado que ha desaparecido al levantarse la niebla; el meridiano que está en los mapas y que no está en el suelo… Lo terrible, sin embargo, no es que lo que se busca sea un imposible, sino que, aun hallándolo, no se alcanza satisfacción alguna. Porque en este mundo todo está gobernado por el signo de la fatalidad, según se desprende de, por ejemplo, impecables y angustiosos relatos como “Las seguras ramas de los árboles”, “¿Hasta dónde tenemos que llegar?” o “Están entre nosotros”. Y a la luz de esa fatalidad, que culmina en desengaño, en desesperanza, en cotidiano infierno, la vitrina con el instrumental médico, la botella de coñac en el centro del globo terráqueo, el colchón neumático desinflado o unas simples naranjas son inquietantes amenazas. Es como ver tu cuerpo o el mundo en la máquina de rayos X. Despojados los dos de piel y los dos en la oscuridad. José Antonio Mesa Toré.