Las formas de la exterioridad
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“Exterioridad” es un modo privilegiado de nombrar todo aquello que nos es otro, ajeno, diferente, extraño. El pensamiento occidental, en la época de su modernidad, ha definido su programa y su ideal en la forma de una apropiación, de una interiorización de lo Otro que venza definitivamente el límite y se sitúe en la cima de una cultura sin exterior, de un ser que ha devorado enteramente su exterioridad.
El tiempo ha sido, por su parte, la forma suprema de esta apropiación, el signo mismo de la interioridad y la interiorización a modo de memoria del pasado o perspectiva del futuro. Y el espacio –Naturaleza, Ciudad, Cuerpo–, en consecuencia, ha servido como significante de la exterioridad, como “forma de la exterioridad”, en palabras de Kant.
Hablar, pues, de las formas de la exterioridad, es nombrar los poros por los que el ser y el pensamiento se derraman en el espacio de modo irrecuperable, sin posibilidad de rememoración o anticipación; y es, por ello, nombrar también una otredad, una extrañeza que no puede ser asumida ni admitida en el interior o que, cuando lo es, destruye el interior hasta borrar la posibilidad misma de una distinción dentro/fuera. Tal momento señala, desde siempre y para siempre, la hora inaugural del pensamiento.