La ciudad de Lisboa -tan cerca y tan lejos- ha suscitado escasas adhesiones líricas entre los jóvenes poetas españoles. Los culturalistas pusieron sus ojos en blanco ante Venecia o sobre las sombras romanas del Vittoriale y algunos más sofisticados se llegaron hasta Bizancio sobre pautas más o menos cavfianas. El mito mediterráneo no parecía -no parece- tener fin. Pero un lírico joven extremeño, nacido muy cerca del mar oceánico del rey don Sebastián y de Fernando Pessoa ha variado el rumbo. Y su sextante enfila hacia la ciudad, poco después del Cuaderno de Lisboa, de Santiago Castelo, fuera de la dudosa complicidad del “fado”.
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