Ardinghello y las islas afortunadas, de Wilhelm Heinse (Pre-Textos) Traducción de Eustaquio Barjau | por Juan Jiménez García y Francisca Pageo

Más de doscientos años nos separan de Wilhelm Heinse como nos separan de Goethe o de Hölderlin, sus contemporáneos (y también los nuestros). En su vida, un hecho significativo que habría que, más que cambiarle, reafirmarle: su viaje a Italia en 1780. Un viaje que duró tres años y que sin duda contiene en sí los fundamentos de Ardinghello y las islas afortunadas. Hay un retrato suyo que, tras leer el libro, se nos presenta como el único posible. En él, todo es intensidad y desafío. Nos remite al Sturm und Drang, movimiento literario del que fue afín. Tormenta e ímpetu. Cómo no ver en el protagonista de su novela tantas cosas de sí mismo. Si no su vida, cosa difícilmente posible, sí sus sueños. Y hablamos de novela y hablamos mal, porque esta es una obra que encierra tantas cosas…  Aventuras, amoríos, política, tratado de arte, diálogo filosófico, utopía,… Kunstlerroman o novela de artista. La búsqueda de la totalidad, siempre condenada al fracaso pero siempre vencedora en su intensidad de montaña rusa de escritura y pensamiento. Cuando apareció, las opiniones fueron encontradas. Goethe o Schiller no la apreciaron; Herder o Heiner sí, con entusiasmo. Y desde entonces ahí fue. Atravesando épocas y dudas.

Ardinghello es el seudónimo que se ha dado Frescobaldi, noble florentino de familia caída en desgracia, muerte del padre incluida, pintor aficionado, amante del arte y de la belleza, también la de las mujeres. Lejos de esos héroes atormentados, él vive la vida con una apasionada vitalidad. Se enamora fácilmente y siempre parece que con ello llegará el fin de la vida tal como la conocemos y tal vez del mundo, pero no tarda en encontrar otras razones para persistir en su búsqueda de un ideal, que finalmente parece encontrar. Igual que corre tras las mujeres, corre tras los piratas. Igual que corre tras los piratas, tras la venganza. Tal impulsividad puede llevarle hasta a construir países, y también lo hace, como una utopía más. Pero esas aventuras no le impiden dedicar su tiempo a largas conversaciones, verdaderos estudios, sobre la pintura, la filosofía o la política. Escritor y protagonista se unen en uno mismo y no solo eso acaba reunido. Ardinghello, personaje y obra, buscan, como dije, la totalidad. Y hacia allá marchan.

En Ardinghello encontramos un tratado no solo de la teoría del arte, sino de cómo consideramos el arte, la belleza y la naturaleza. Las tres a la búsqueda de lo activo de la vida, de una moral construida con palabras, como alimento y elevación. Hay cierta metafísica platónica en las palabras de Heinse. Una novela que encierra un tratado filosófico (como encierra un tratado de sobre el arte). La filosofía y el arte, al fin y al cabo, buscan cosas parecidas: preguntas en las respuestas, respuestas en las preguntas. Un arte ilustrado, conocedor de formas y colores, de luces y sombras.

La mujer acaba por encontrarse con el arte en la vida de Ardinghello, en ese laberinto de setos altos por el corre y corre, sin buscar ninguna salida. Aparece Fiordimona y con ella la realidad. ¿Y qué puede el arte contra la realidad? Lo tangible contra lo intangible. Y Heinse, a quién se considera un precursor de las ideas del socialismo, también nos habla de su sociedad ideal, en la que, como en Ardinghello, todo acaba reunido bajo el gobierno de la libertad y la belleza. La igualdad entre hombres y mujeres o el amor libre va unido a la transmisión de la cultura, el arte, la ciencia. De nuevo esa búsqueda del absoluto, ese no renunciar a nada desde la misma infancia. Buscar, buscar, buscar de nuevo para encontrar. ¿Qué? La Eternidad.