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Están ustedes ante un portento, Andrés Trapiello, poeta, narrador, diarista, ensayista, biógrafo, crítico, bibliófilo, editor (de Trieste y de La Veleta), dibujante y excelente tipógrafo (como a él le gusta que se le nombre, no “diseñador gráfico”), además de buen amigo, que lleva ya escritos más de 50 libros. Entre ellos, dieciséis dedicados al “Salón de pasos perdidos. (Una novela en marcha)”, su ingente Diario, que la editorial que represento lleva editando desde hace ya muchos años. Pero esto no pretende ser, por mi parte, una introducción de nuestro amigo Andrés para que pueda terminar figurando en la Guía Guinness de récords nacionales o mundiales, bien al contrario, algo así se quedaría corto si nos atenemos a las calidades de sus trabajos, que no a la cantidad.

Veamos si no algo de lo que se ha escrito acerca del “Salón de pasos perdidos”:
Ramón Gaya, en la presentación a Locuras sin fundamento, segundo tomo del Diario, en la Galería Guillermo de Osma en Madrid ya vaticinó:
“Creo que estamos ante un escritor muy válido, muy considerable, un magnífico escritor”.
Y en el libro, Vidario, que Pre-Textos editó a propósito de su tarea diarística, después de su decimoquinta entrega, dicen

MIGUEL DELIBES:

“La gracia de sus Diarios es su gracia natural; no hay trucos”.

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO:

“…escribe maravillosamente, como si cogiese agua de una fuente con el cuenco de una mano. Y le pasa lo mismo con la poesía”.

“Porque lo más importante de todo, en estos libros es que su escritura es admirable y pan bendito; y con este caldo poco potaje oscuro puede servirse”.

CARLOS PUJOL:

“Si alguien acepta un consejo, que lea los [dieciséis] tomos, que valen por otras tantas magníficas novelas”.

“…literatura en estado puro”.

“…una prosa vivísima de exactitud y sensibilidad, espléndida de fuerza expresiva y de verdad humana”, que desafía “la posible monotonía que el relato de cualquiera de nuestras vidas puede producir”.

“Esta fe de vida resulta apasionante”.

“El resto de sus modalidades de escribir: narrativa, poesía, biografía, reportaje, crítica, ensayo… confluye en estos volúmenes personalísimos”.

O el escritor colombiano DARÍO JARAMILLO:

En sus Diarios vemos a
“…un hombre melancólico, inseguro, inteligente, enamorado de su familia, salvado por el humor [“Andrés Trapiello tiene el sentido del humor de quien no cree tenerlo y esto es maravilloso”] y que [además] escribe como los dioses”.

“¿En dónde radica la magia merlinesca de esta ‘Novela en marcha’?”. “En el tono. Ese tono de confidencia, que –por cierto– no es confidencia con el lector, apenas testigo, sino confidencia consigo mismo”, concluye Jaramillo.

PEDRO GARCÍA MONTALVO (EL NOVELISTA MURCIANO):

“Cervantes y Dickens están también detrás del personaje que Trapiello ha creado a partir de sí mismo en estos miles de páginas”.

E insiste de forma acertadísima sobre su humor:
“…escritor chapliniano que se ve metido en mil azares de los que acaba saliendo como puede”.

O SU MUJER, MIRIAM MORENO, LA M. DE LOS DIARIOS,

quien aturdida y hasta celosa de M., por no acabar de reconocerse en ella, confiesa:

“ Y es que si, (…), el texto se gesta como diario, pero sale a la luz como novela; si su origen es reflejo de lo real y sólo cuando pasa por el crisol de la literatura, se hace ficción, entonces M. [¿ella misma?], R., G. [¿sus dos hijos?] y todas las X son, ¿somos?, personajes de ficción.

Y es que, añade:
“…su vocación [la del Salón de pasos perdidos] es la de apostar por un sentido.”

Como apostar por un sentido, más que nunca en estos momentos, lo es también Las armas y las letras en su tercera edición aumentada, que acaba de ver la luz en Destino.

Apuesta Trapiello en este ensayo por esa tercera España, término acuñado en su día por Gaziel (Agustín Calvet) y secundado por Salvador de Madariaga o por Rafael Sánchez-Guerra entre muchos otros y que, transcurridas las décadas parece que todavía no acaba de cuajar en nuestro país, lo cual no deja de tener sus bemoles.

Gaziel, según testimonia Trapiello, dijo al respecto: “Muerto Unamuno, la intelectualidad española liberal parece capada”.
Y añade: “Al diluvio de sangre y fuego que fue la Guerra Civil ha sucedido un diluvio de conformismo en estado de putrefacción”.

Y ese conformismo se extiende, al parecer, hasta nuestra Transición y aun después, habida cuenta de los recientes acontecimientos en torno al juez Garzón y a la Memoria Histórica de nuestro país.
Y es que varias generaciones en España han vivido de los lugares comunes de la Guerra Civil, y como decía Unamuno: “Repensar los lugares comunes es el mejor modo de liberarse de sus maleficios”, y añadía J.R.J.: “Los cancerberos de los lugares comunes son los prejuicios”.
En España todavía nos sobran prejuicios respecto de nuestra contienda civil y respecto de otras muchas cosas relacionadas con ella, y tuvo que llegar una generación, la de Trapiello, la mía propia, que desde cierta distancia comenzase a intentar romper con esos prejuicios. Eso, nada más y nada menos, es Las armas y las letras, de Andrés Trapielo. La búsqueda de sentido a una realidad hasta ahora irresuelta y esperemos que no irresoluble.

De estos y de otros asuntos tendremos oportunidad de hablar esta tarde, pero antes me gustaría resaltar otra vertiente del prodigio de personaje literario que es Andrés Trapiello.

Parece vicio generalizado de nuestra crítica patria, cuando se trata de evaluar la obra de un autor tan versátil como Trapiello, ningunear en aras de otro de los géneros que cultiva aquél del que el crítico de turno esté tratando. Que se trata de hacer una crítica de su última novela, pues ponderemos su poesía en detrimento de la primera o viceversa. Y así va el pobre Andrés, de Herodes a Pilatos, sin saber nunca a qué atenerse. Pero no importa, en todas la teclas que toca alcanza notas cimeras, man que les pese a algunos críticos, esos que, a decir de Ramón Gaya, hablan de lo que entiende pero no comprenden.
También su faceta como poeta ha sido ninguneada en más de una ocasión, a pesar de que obtuviera en 1993 el Premio Nacional de la Crítica por Acaso una verdad, publicado por Pre-Textos. Pero a ese poemario le han seguido dos más en Tusquets: Rama desnuda, de 2001 y Un sueño en otro, de 2004. Éste es uno de los pocos libros de poemas que más me ha emocionado en los últimos años y les voy, si me lo permiten y para concluir
–porque podríamos seguir extendiéndonos durante horas, pero siempre hay que dejar cosas en el tintero–, tres, a mi entender, extraordinarios poemas de su última entrega poética: “Habla” (p.17), especie de antipoema; “Lluevo” (p. 89) y “Como de silla” (p. 101). Aunque también hay dos emotivos poemas, uno a la muerte del padre y otro dedicado al padre frente a su propia muerte, extraordinarios.

Habla

¿A qué lengua se traduce la lluvia?
¿Cuántas sílabas forman el perfume
que la rosa destila? ¿Con qué rima
uncirías las olas de la playa?
¿Serías tú capaz de discernir
los hemistiquios en el beso último
de dos amantes , y ponrle acentos
al silencio sutil de sus pupulas?
¿Qué humana ortografía serviría
para ese ladrido que a lo lejos
se oye en plena noche o para el pulso
que late en todo astro, incluso muerto?
Dime con qué alfabeto se transcribe
el sueño de la vida,
dímelo sin palabras, que son merma,
sin rima, sin acentos, sin medida,
y luego, habla

LLUEVO

Lluevo en esta ciudad
envuelto en frío, en aguacero, en noche,
y cuanto toco queda convertido
en una calle solitaria y triste
hecha de casas muertas, y en farolas
de cuyo resplandor nacieran ruinas
y a millones las cruces.
Lluevo sin tregua en todos los rincones,
sobre puertas cerradas y en abiertas
alcantarillas ciegas que se llevan
hasta el mar las estrellas.
Mi corazón es charco y cuando anclan
en él las negras nubes
no pueden ser más náufragas,
y con sólo morirme me confundo
en un luto de pájaros.
Lluevo sobre las ramas
desnudas de los árboles y lluevo
dormido sobre el banco de ese parque
constelado de sueños que mendigan
a las sombras que pasan,
por la mucha tristeza de las cosas
que se acaban.
Y a manos llenas lluevo en el cristal
de la fosca ventana de mi estudio, y las gotas que lluvian
mi corazón por dentro
son las mismas que bajan y resbalan
trazando bellos signos
que podría leer, si no tuviera
en los ojos mi lluvia tantas lágrimas.

COMO DE SILLA

Si yo pudiera hablar de mí como de silla,
si tú de mí pudieras decir como de mesa.
si pudierais vosotros sentaros en yo-silla
y reposar las manos en yo-mesa,
pasar así la tarde, conversando,
hasta que el sol le fuese robando a la ventana
toda su fragua a cambio de silencios estrellas.
Si mi propio deseo de ser fuese una silla
la sacaría ahora junto a mi puerta sola
para veros pasar cuando pasarais,
que me vierais quedar para alegraros
de vuestra marcha. Adiós diría, adiós diríais
no a mí, sino a una silla, y pondríais en ello
el mismo celo suave que en las cosas ponemos,
ese amor tan secreto de volver a encontrarlas.
No preguntéis qué hago sentado junto a mí,
en puerta de mí mismo. ¿Quién pregunta a una silla?
Cuando es vieja o se ha roto, sirve de fuego. Adiós
me digo yo a mí mismo, contento de ser dos,
silla y mesa vacías hasta que llegue alguien,
que aunque no se detenga, a tales tablas viejas
ya les basta.

¿Han visto ustedes tras este poema, “lo bueno y sencillo” que puede ser mi amigo, pese a las maldades y a cierta soberbia que algunos le atribuyen?