No se escribe siempre para decir cosas nuevas, sino para recordar las ya sabidas a los que las tienen ya olvidadas. Si los plagiarios son censurables, más lo pueden ser los nuevos torquemadas, que tomando el plagio como pretexto tratan de anular a sus contrincantes ideológicos o estéticos. Todo ello contesta a mi juicio más al cainismo patrio que al deseo estricto de hacer justicia. La literatura y el arte no requieren, por otra parte, justicieros. La justicia siempre acaba siendo mediocre. Lo que la cultura con mayúsculas necesita es sólo justeza amorosa.
Parto de la opinión que en literatura todos plagian. En todo gran escritor se escucha el resto de la gran literatura que le ha precedido y, si se me apura, que le sucederá. Ésta no es además una idea original ni exclusiva, otros muchos y más ilustres me precedieron en esta opinión. Ya decía D. Juan Valera, por ejemplo, en un memorable ensayo sobre el plagio que no hay autor notable de quien con un poco de trabajo y diligencia no se puedan sacar centenares de frases o sentencias copiadas de otros autores, que los que de las obras últimamente tachadas de plagiarias u otras han sacado muchos de los delatores.
Añadía también D. Juan que lo difícil, lo casi imposible, es sacar de ningún autor, por original que sea, por raro o peregrino que se muestre en pensamiento, estilo y lenguaje, cien pensamientos o cien frases que tengan una verdadera y completa originalidad. Tengo para mí, por otro lado, que no hay nada tan original como todo aquello que es verdadero y en lo verdadero también se puede escuchar siempre el eco de algo ya conocido.
Creo que de lo antedicho se desprende que huelga todo comentario respecto a las dos últimas cuestiones. Querría tan sólo añadir que la ética no debería estar reñida con la estética ni que esta última pretenda impostar a la otra.
El problema no está en esos casos aislados aventados por la prensa, sino en la multitud de casos que una vez más refrendan algo que se viene denunciando reiteradamente: la falta de escrúpulos por parte del medio editorial para engañar al lector con productos pretendidamente culturales que no alcanzan ni siquiera a ser subproductos. Creo que un poco de honestidad intelectual a este respecto no haría ningún daño y creo que en las manos de todos está restituir esa imagen necesaria de rigor perdida.