En qué puede interesar
a alguien mi día a día
es asunto muy dudoso,
no sé a quién le importaría;
más ya que se me demanda,
allá va la letanía,
una suerte de romance
que narra el quehacer de un día:
Si en Valencia me sorprende
la jornada laboral,
como en cualquier otro sitio,
es condición primordial
comenzar con ejercicios
que convoquen al relax;
un «saludo al sol» precede
al desayuno frugal
junto con música clásica,
que alimenta mucho más.
Después me bajo al despacho
dispuesto ya a trajinar
entre trescientos papeles
que es necesario ordenar.
Pero acto seguido llega
la tarea epistolar,
es una ardua tarea,
diríase sin final,
mas todo cuanto comienza
termina por terminar,
así que paso al capítulo
de conversación oral:
Una llamada que viene
otra llamada que va
y el diálogo concluye
cuando arde el auricular.
Atender a los autores
en visita personal
es otro de los asuntos
que a veces he de tratar.
Cumplido ya todo ello
me resta por consultar
de cubiertas y solapas
de libros a publicar.
Reviso las traducciones
-esto es la recta final-
sólo el correo electrónico
queda por acumular.
Al fin regreso a mi casa,
almuerzo y a descansar.
Es después cuando, repuesto,
con cierta tranquilidad,
leo los originales
que no cesan de llegar:
¡Ciento cincuenta por mes
es un empacho fatal!
En algunas ocasiones,
la lectura a realizar
es de obras remitidas
desde algún otro lugar
por colegas extranjeros
a los que he de contestar.
Es, entrada ya la tarde,
cuando suelo registrar
en cuaderno de bitácora
la jornada laboral.
Si el tiempo me lo permite,
salgo un rato a pasear,
a no ser que necesite
algunas horitas más
para escribir un artículo,
un romance sin juglar
o una de esas conferencias
de las que me he de ocupar,
esto implica en ocasiones
dedicación integral.
Si transcurre la jornada
en ésa mi otra ciudad,
por Madrid he de lanzarme
para atender puntual
a la prensa y otros medios
sobre el tema editorial.
Sólo ya de madrugada,
el día que aún soy capaz,
me deleito en las lecturas
de mi elección personal
que me llevan de la mano
hasta un sueño celestial.
Y aquí acaba este romance
de dudosa utilidad
sobre un señor que maneja
la labor editorial.