Por Manuel de la Fuente, ABC.

Siempre jenial y jigantesco, aquel poeta que sembró de hermosura miles y miles de folios en blanco, tan blancos que se dirían todos de algodón, que nunca, a pesar de los pesares, perdió la ilusión por la poesía, esa esposa que le hizo vivir y escribir siempre como un recién casado, tan ajeno a la fama y las ascuas efímeras de la hoguera de las vanidades del mundanal ruido que prefirió autorretratarse en un borrico, porque siempre pareciera que aquel hombre de Moguer no lleva huesos, aquel poeta, que no pudo ser un andaluz llamadoJuan Ramón Jiménez, que nació justo un 23 de diciembre de 1881, tiritando de frío entre las nieves suecas con su Nobel en las manos, porque Zenobia se le moría, tenía el corazón partido por el rayo del exilio en aquella América, donde tuvo que revivirse y reescribirse…

Leer la reseña completa aquí