Últimos días en Sabinia
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Quisiera ser el hombre que venera
las formas suficientes de la vida
y desdeña el halago suntuoso
de los labios espúreos. Quisiera
ser el necio haragán a quien complace un racimo de dátiles y un queso
cuando muere otro día sin anécdota.
El que acepta cualquier ofrecimiento
y declina las altas ambiciones.
El que no presta oído a los agüeros
y prefiere la pálida certeza
del instante que goza frente al mundo.
Aquel a cuyo pie nunca apresura
el burdo sextercio y para quien sólo
la hermosura nos hace duraderos.