Robert Louis Stevenson
Peso | 130,00 g |
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Autor |
“Toda la vida de Stevenson está condicionada por una cierta complejidad que cierta ternura por la lengua inglesa nos veda llamar compleja. Era una especie de paradoja, en cuya virtud estaba él a la vez más y menos protegido que otros hombres, como alguien que cruza los caminos más salvajes del mundo en un carromato cubierto. Fue a donde fue en parte porque era un aventurero y en parte porque era un inválido. Por esa suerte de claudicante agilidad, cabe decir que ha visto a la vez muy poco y demasiado. Fue acaso un viajero natural, pero no fue un viajero normal. Nadie lo trató nunca como normal del todo, que es la verdad oculta en la falsedad de los que se mofan de su puerilidad como si fuera un niño mimado. Era valiente, y con todo tenía que estar protegido frente a dos cosas a un tiempo, su fragilidad y su valor. Sin embargo, él mismo reconoce que su autodescripción como vagabundo con los dedos azulados por un camino invernal es una descripción ideal, pues era exactamente la clase de libertad que nunca podría tener. Sólo podía ser transportado de un paisaje a otro paisaje, o incluso de una aventura a otra aventura. Hay desde luego una curiosa idoneidad en la bonita sencillez de aquella canción infantil suya que decía “Mi cama es una barquita”. A lo largo de todas sus variadas experiencias su cama fue una barca y su barca fue una cama. Panoramas de palmeras tropicales y naranjales californianos pasaban sobre aquella yacija móvil como la larga pesadilla de las paredes del cuarto de los niños. Pero su valor real no se dirigía tanto hacia fuera, hacia el drama de la barca, como hacia adentro, hacia el drama de la cama. Nadie sabía mejor que él que nada es más terrible que una cama, puesto que siempre está en espera de ser un lecho de muerte”. G. K. Chesterton.