Rastreos y otros poemas
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Qué me puede esperar allá
adelante
qué me puede esperar
allá donde no hay nada que esté esperando
nada
qué me puede esperar a mí el más
huérfano
el que nunca es llamado
que da pasos de intruso por un mundo
donde nunca vio nada que soñara ser suyo
qué iré a encontrar allá
sino lo nunca familiar
lo que no acepta el nombre si yo le doy un
nombre
lo que niega las reglas de mi juego si juego
y si respiro seriedad se mofa
qué esfuerzo o qué locura ésta
de no querer echarme atrás
no querer dar un paso más
una mirada más una buena fe más
qué peligrosa convicción seguir creyendo
que yo el borrado yo el más huérfano
nunca tendré derecho a dar la espalda
que es el mundo el que un día
tendrá por fin que dar la cara.
“Intruso”, de Tomás Segovia.
Para Tomás Segovia el modo de confirmarse en su ser fue, de manera indiscutible, escribir poesía y saberse en el tiempo y no por ello claudicar del compromiso asumido con lo vivo. Escribir poesía fue la razón de su vida, pero sin haber pretendido jamás sustituir vida por poesía.
Los grandes poetas no tratan de ofrecernos respuestas ni simplificar o categorizar el mundo, sino que lo extienden ante nosotros desnudando su complejidad, dando prueba simplemente de que existe y de que ellos existieron también en él. Cuando nos encontramos ante un auténtico poeta hay que aceptar que no sólo es él quien escribe el poema, sino también su idioma, un idioma que le imprime su propia naturaleza de poeta, un idioma con el cual busca identificarse de manera total, hasta anularse en él.
En poesía lo esencial, nos repitió incansable Tomás Segovia, es no mentir porque su misión es impedirnos olvidar, entre otras cosas, que existe lo natural.
Para Tomás Segovia la poesía fue un “arte caluroso”, pues estaba hecha de vida palpable, a la intemperie; fue respirable porque supo amar la realidad, no por la posibilidad abstracta que ella no era, sino por la plenitud real que sí es.