Poesía
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Coge esta rosa amable como tú,
que eres entre las rosas la más bella,
la más lozana flor entre las flores,
y que con su perfume me arrebata.
Coge esta rosa y en tu pecho guarda
también en mi corazón, que no es alado,
sino constante, y cien crueles heridas
no han logrado que fuese menos firme.
La rosa y yo no somos tan iguales:
en un día la rosa nace y muere,
y mil días han visto este amor mío,
que nace sin descanso y no se acaba.
¡Ay, ojalá mi amor como una rosa
hubiese florecido un solo día!
Pierre Ronsard es un gran poeta que admira, emociona, sorprende, que nos llega cuatro siglos después de su muerte con unas palabras muy bellas que sólo pueden ser suyas, y en las que nos reconocemos. Se ha traducido poquísimo al español, y en la misma Francia para la mayoría es una breve referencia escolar que evoca el amor sublime, el tiempo que lo desgasta, las rosas que hay que cortar cuando aún es primavera, porque luego ya será demasiado tarde. Carpe diem, como nos enseñaron los antiguos, no dejes que pase este día sin más, porque no vuelve. Ronsard ha quedado en la memoria con unas pocas palabras medidas que suenan a sortilegios: Quand vous serez bien vieille…, Mignonne, allons voir si la rose… No es mucho, aunque a la mayor parte de sus contemporáneos les ha ido peor, pero dilapidamos por ignorancia una herencia lírica extraordinaria; intenso, variadísimo en su gama -jovial, amargo, reflexivo, audaz en las imágenes, melancólico, de un erotismo que no sospechan quienes le relacionan únicamente con la fugacidad de las rosas-, de una magnífica brillantez y de una música que sólo es ronsardiana, se lee con deslumbramiento y emoción.