Música, sentimiento, poder
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Para bien o para mal, con no poca frecuencia para mal, la acción humana, sobre todo cuando adquiere las dimensiones de lo que se ha venido en llamar las grandes empresas, ha sido guiada, y movida, más por el sentimiento que por la razón, dos facultades no siempre concordes. Lo que impulsa el hacer del hombre es a menudo una instancia tan omnipresente como difícil de identificar, disfrazada como suele presentarse en forma de sectas, religiones o “grandes ideales”. Es lo que llamamos de un modo un tanto vago el poder. El control, y a veces el fomento, del arte es una de las vías por las que esa instancia ha intentado intervenir en la vida del hombre. Por lo que hace a la literatura y a las artes plásticas, tal cosa no es difícil de entender, dado que son artes que dicen algo, por medio de palabras o de imágenes. Sin embargo, en lo tocante a la música, un arte sin palabras ni imágenes, no resulta tan fácil. Pero es un hecho que el poder se ha inmiscuido en la música durante siglos. De entre todas las artes, el arte de los sonidos se distingue de un modo especial por su capacidad de inducir sentimientos: por esta puerta es por la que suele entrar el poder en su insaciable pulsión por intervenir en la vida de los humanos.