Michel Foucault tal y como yo lo imagino
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Tal vez este texto sea un alentador exponente de lo que Foucault fue a buscar, en los últimos años de su vida, a la Antigüedad clásica: “la revalorización de las prácticas de la amistad, las cuales, sin llegar a perderse, no han vuelto a encontrar, salvo entre algunos de nosotros, su excelsa virtud. La philia que, entre los griegos, e incluso entre los romanos, era el modelo de todo lo que hay de excelente en las relaciones humanas (con el carácter enigmático que le confieren las exigencias opuestas, a la vez reciprocidad pura y pura generosidad), puede ser acogida como una herencia capaz siempre de enriquecerse.
La amistad le fue tal vez prometida a Foucault como un don póstumo, por encima de las pasiones, de los problemas del pensamiento, de los peligros de la vida que él sentía por os demás más que por él mismo”.
Maurice Blanchot, que ya desde L’entretien infini (1969) reconocía la riqueza de la reflexión de Foucault sobre las experiencias-límite -locura, sinrazón- y su probable relación con la literatura y el arte, nos ofrece en este breve y sugestivo ensayo un testimonio y un homenaje de la más alta amistad intelectual, a la vez que una lectura fiel y sin prejuicios de toda la obra de Michel Foucault, y una meditación sobre el hombre, su estilo y su ética individual.