La eternidad y un día
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No podía dormir y era de noche.
He salido temprano de la cama
y arriba en la terraza me he dispuesto
a ver nacer el día entre las sombras.
Incapaz de quedarme
en la sábana oscura de mí mismo,
he mirado a lo lejos bien sujeto
con las manos de hierro en la baranda.
El leve balbuceo de las luces
rompía la espesura de los pinos
y entre verdes y tierras despuntaba
el perfume lunar de los jazmines.
Los lejanos ladridos confundían
sus ecos con el canto de las aves
y a golpes me llegaba la estridencia
de los hombres volviendo a sus trabajos.
El sol estaba fuera, al descubierto,
sus rayos se posaban sobre el mundo,
lo iban inventando,
la vista se abismaba y yo con ella
dejaba mi conciencia en el asombro
de las epifanías.
El mundo estaba allí, recién fundado,
y en el claro extravío de sus formas
yo me hallé más desnudo
que en el lienzo profundo de mi noche.
“Amanecer”.