La dama de Shalott y otros poemas
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Cernuda, recogiendo las palabras de Auden, resaltó la radical melancolía de Tennyson, que invadió toda su obra de añoranza y de un profundo sentimiento de pérdida. Auden, y con él muchos otros, también vieron que “tuvo quizá oído más fino que cualquier otro poeta inglés”. Keats, tan musical, también, fue su poeta predilecto; como él, Tennyson hubo de padecer una primera recepción crítica adversa, que posteriormente daría lugar a un extendido reconocimiento, el cual, pendularmente, como el impacto de una roca destinada a demoler su edificio, cedería paso a su relegación como figura decimonónica y reaccionaria a ojos de los poetas que lo siguieron. Con ser magnífico, el mejor Tennyson no es el que despliega sus formidables dotes como versificador en un número de largos poemas narrativos (alguno recogido en esta antología), sino el emocionado cantor lírico a la amistad, el poeta que presta su voz a los amores truncos e imposibles.
Alfred Tennyson (1809-1892) fue nombrado Poeta Laureado a la muerte de Wordsworth. En otras palabras, y atendiendo a su calidad, no a sus honores, el más grande de los poetas posrománicos de Inglaterra. Su obra recoge las dudas de una época que vive los avances de la técnica con una pasión no desprovista de temor, todo ello acompañado del resquebrajamiento de la fé religiosa. Recreador de la literatura homérica en poemas como “Los lotógrafos” o “Ulises”, Tennyson es también el mayor escritor artúrico después de Malory en joyas como La Dama de Shalott o Lanzarote y la reina Ginebra: de ambas tradiciones se sirvió desde un particular dialecto, más dulce, de ese lacónico idioma que es la moral victoriana.