Carta sobre los ciegos seguido de Carta sobre los sordomudos
Peso | 240,00 g |
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“Si alguna vez un filósofo ciego y sordo de nacimiento hiciera un hombre a imitación del de Descartes, os puedo asegurar, señora, que situaría el alma en la punta de los dedos, porque es de ahí de donde le vienen sus principales sensaciones y todos sus conocimientos”. En esta frase, dirigida a su misteriosa corresponsal de la Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, queda admirablemente plasmada la tesis principal de la obra: que nuestras ideas morales están supeditadas a nuestros sentidos, heterodoxia que le valió una temporada en la cárcel de Vincennes.
A finales de 1740, al tiempo que se dedica a la Enciclopedia, el escritor y filósofo Denis Diderot (1713-1784), vuelve sus ojos a las ciencias experimentales. La operación de una ciega de nacimiento le lleva a especular sobre la relación entre lo que se ve y lo que se es, mientras que en su controvertida Carta sobre los sordomudos para uso de los que hablan y oyen, epístola que, según sus palabras, “va dirigida indistintamente al gran número de quienes hablan sin escuchar y al pequeño número de los que saben hablar y escuchar, aunque mi carta sólo esté dirigida, propiamente, a estos últimos”, reflexiona sobre la adquisición del lenguaje.
El estilo de Diderot es vivo, brillante y preciso, el ritmo de la frase se desliza con entera naturalidad, al hilo de su pensamiento, de forma que incluso los argumentos más disparatados, como el de la supremacía del francés sobre todas las demás lenguas, resultan, como poco, fascinantes. Como dijo su gran admiradora doña Emilia Pardo Bazán: “Diderot es artista, artista que pinta con la pluma: en él comienza la serie de los escritores coloristas de Francia; él emplea antes que nadie frases que copian y reproducen la sensación, por donde consumados estilistas contemporáneos le reconocen y nombran maestro”.