Alas
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Cuando el campo está más solo
Y la casa, en paz, abierta,
Aparece por la puerta,
Muy sí señor, el chingolo.
Viene en busca de una miga
O una paja de la escoba,
Que, ciertamente, no roba,
Porque la gente es su amiga.
Salta confiado, al umbral,
Y solicita permiso,
Con un gritito conciso
Como pizca de cristal.
“El chingolo”.
No hay animal más obvio que el pájaro. Tampoco más visible. Su simbolismo ascensional es tan evidente que quizá lo difícil es contemplarlo desde al pura zoología; mirarlo en su valor de edificio sorprendente, como un conjunto de músculos y de vacíos tan bien balanceado que, elevándose, es capaz de abandonar la pesantez de este mundo. Él sólo es ya un seguro de resurrección, una bandera permanente de que un día seremos tomados de esta tierra y relevados de nuestro puesto en lo bajo.
Como el más cargado de los textos posibles, Leopoldo Lugones se lo propone no obstante al contrario: intenta manumitirlo del exceso alegórico que concita. Se propone así observarlo en la verdad de su batalla etológica y meramente animal.