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Me admira, me emociona y agradezco que Manuel cuente hoy con más lectores, unos meses antes de su muerte aquellos que lo leíamos en España constituíamos escasamente una suerte de célula secreta. Espero de corazón que dicho despertar del interés por su obra no conteste una vez más al efecto sancionador que tiene la muerte en una sociedad como la hispánica. En fin, yo no he venido aquí esta tarde a hablaros de la muerte, sino de la amistad, la poesía, es decir, la vida en su sentido más pleno.
Antes de nada debo deciros que me alegra encontrarme en esta sala rodeado de amigos y en concreto de varios amigos inconcusos de Manuel: Laura García Lorca, Andrés Soria, José García Velasco, Carlos Alberdi y Luis Alberto de Cuenca. También es importante para mí mencionar el nombre de Juan Malpartida, ausente hoy, porque fue él el que me trajo de la mano a Manuel y sus versos.
Tengo para mí que la amistad es aquello que nos perpetúa. El español suele mantener una rara y controvertida relación con esa, para mí, suerte de cualidad exclusiva entre personas. Apelamos a cada rato a ella para después acuchillarla. No sabemos lo que nos perdemos. Entre lo más sustantivo, poder contribuir, aun modesta e individualmente, a un continuum en el que no sólo crecemos como personas, en el sentido helénico del término, sino también en el que podemos acercarnos a aquello que es lo más parecido a, digamos, la eternidad. Los amigos nunca mueren y parte de nuestra responsabilidad al sobrevivirles radica en saber dar a los otros, cuando nuestro amigo se ha ido, lo mejor que éste nos pudo legar. Actualizar la memoria de Manuel para mí va a ser siempre fácil porque Manuel es y será ya parte indisociable de mi sentimiento, de mi vida.
Sería pertinente ahora recordaros que el amigo es precisamente aquél que nos protege, por raro que parezca, de nosotros mismos, haciéndonos mejores y dando sentido pleno a ese verso de Umberto Saba que dice: «Nada es morir, perderte es lo difícil.»
A la amistad se debería llegar por seducción y nunca por rendición tal como dijo D. Eugenio D’Ors en esta misma casa. El amigo es aquel que elegimos y nos elige. Yo no sé a vosotros, pero para mi la vida se justifica en parte y en gran medida gracias a la existencia de la amistad.
Manuel y yo fuimos y aprendimos a ser amigos entre otras cosas porque supimos incluso compartir recuerdos infantiles, hablamos de ello muchas veces, de una infancia, esa doble estancia, en palabras de Manuel, de la poesía y la vida, que no disfrutamos juntos, pero que gracias a una educación, a un talante, a una cultura en definitva legada por nuestras respectivas familias nos singularizaba y hermanaba. Fuimos amigos, en suma, porque nos quisimos aceptando nuestras diferencias, es decir nuestras debilidades y virtudes.
En esta casa resulta fácil hablar de la amistad, esa sed de infinito que se sacia en lo infinito, pues que esta casa para mí y espero que para vosotros debería constituir cada día más el emblema inequívoco de ella y del carácter ecuménico que toda relación, sincera, llena, auténtica, descuidada, tal como diría también D’Ors, en la amistad siempre nos procura. Por mi parte no tengo nada más que añadir, muchas gracias.