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No deseo dar paso a mi breve intervención sin agradecer, antes que nada, su asistencia, la acogida que de nuevo nos brinda la Residencia de Estudiantes, la presencia en esta mesa de Amelia Valcárcel, Catedrática de Ética en la Universidad de Oviedo y la de D. Justo Nieto, Rector de la Universidad Politécnica de Valencia, gracias a cuya inestimable colaboración han podido ver la luz estas Cartas de la Pièce, de María Zambrano que hoy nos ocupan.
Pero, sobre todo, quiero agradecer especialmente a Agustín Andreu el haberse decidido, finalmente, a desvelar esta correspondencia de la Zambrano y el habernos encomendado a Pre-Textos, en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia, su publicación.

El feliz encuentro entre aquél joven teólogo poco o nada ortodoxo y nuestra pensadora dio como fruto una extensa correspondencia en dos etapas distintas: la “romana”, que va desde 1955 a 1963 y que no se recoge en este libro, y la de “La Pièce”, de 1973 a 1976, incluida en él. En palabras del propio Agustín Andreu “María apreciaba sobre todo el estímulo que supuso para ella poder confrontar su pensamiento con alguien con quien podía discutir” y buena fe de ello son este conjunto de 78 cartas, algunas de ellas verdaderos ensayos filosóficos. “El epistolario cuenta desde el punto de vista de María lo que significó ese encuentro para ella, y el pensamiento a que dio lugar”, algo que sin duda cabe agradecer de nuevo a Agustín Andreu, quien subsana la ausencia de sus cartas, de él, por no parecerle indispensable publicarlas –aunque nos confiese que algún día verán la luz–, con los anexos a la correspondencia y el exhaustivo e indispensable aparato de notas a pie de página, que resultan ser una ayuda extraordinaria para iluminar el contexto doctrinal que la Zambrano trata en sus cartas: desde Clemente Alejandrino, una de las figuras centrales en especial para Agustín Andreu en esta confrontación; no tanto para la Zambrano a quien Agustín considera “gnóstica de modo muchísimo más esotérico” aun que Clemente; hasta Leibniz y la particular visón machadiana del filósofo por parte de María así como las recurrentes meditaciones en torno al Espíritu Santo o al Logos.

Las cartas de María resultan ser de una riqueza inagotable, no sólo por lo ya expuesto sino por lo que encierran de testimonio vital, de vida cotidiana tanto en Roma como en La Pièce, y por sus meditaciones en torno a la naturaleza, la universidad, el matrimonio, la syzyguía o comunidad breve, la amistad, el exilio, los maestros, etc. En definitiva, todo su mundo.
Y por la forma de dirigirse a su interlocutor en cada momento resulta asimismo fascinante comprobar la riqueza del carácter de María, una riqueza que atesora coquetería, desdén, fraternidad, rigor, sumisión, instinto maternal, acendrado sentido de la amistad, premonición, lirismo, sentido del humor…; humanidad en definitiva.

Un epistolario, pues, que resultará del agrado y de interés, como bien dice Agustín Andreu en las palabras preliminares al libro, tanto para biógrafos e historiadores como para filósofos de la religión y, por supuesto, para estudiosos del pensamiento de María Zambrano.

Creo que nos encontramos ante un acontecimiento bibliográfico de primer orden del que los demás invitados de hoy a esta mesa sabrán dar mejor testimonio que yo de su alcance e importancia.