El editor, lector, políglota y filólogo estuvo en Colombia, en la Universidad Javeriana y en el Instituto Caro y Cuervo, en donde ofreció sendas charlas. En esta entrevista, habló del oficio noble y exigente de la edición.
Juan David Zuloaga en El Espectador
Manuel Borrás es una de las autoridades más notables del mundo de la edición en España y en todo el ámbito hispanoamericano. Fundador de la Editorial Pre-Textos, junto con Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba, ha consolidado un catálogo exquisito y sutil de poesía, filosofía, ensayo y narrativa. Un catálogo que hoy cuenta con cerca de 2.000 títulos y alrededor de 500 autores publicados en casi medio siglo de trabajo.
Usted ha construido a lo largo de casi cinco décadas una de la editoriales más serias e importantes del mundo hispanoamericano. ¿Cómo lo ha logrado?
La labor realizada la tienen que juzgar los otros. Lo que sí puedo decir es que hemos sido personas muy afortunadas por poder llevar adelante este proyecto cultural, que se empezó a gestar siendo nosotros universitarios; no sé si somos los mejores editores hispanoamericanos, pero yo sí diría que en los anales de la edición en nuestra lengua somos, quizá, los editores que empezamos más jóvenes. Quise ser editor y cuando fui a pedir los permisos gubernativos ni siquiera tenía los 18 años cumplidos, o sea que hemos sido muy precoces. Lo único que puedo decir —haciendo un resumen muy grande de todos estos años— es que hemos sido personas muy dichosas con el trabajo realizado; hemos recibido muchísima compensación del esfuerzo, porque ha supuesto también un esfuerzo grande. Una empresa cultural en un medio cultural o lingüístico como el nuestro es harto difícil. Y que hayamos sobrevivido casi 50 años en esta difícil tarea me parece casi milagroso.
¿Cuál es el principal deber de un editor?
Yo creo que para editar, como para cualquier actividad en la vida, hay que contemplar cierto horizonte deontológico; es decir, tener un comportamiento, y a mí me parece que ese comportamiento tiene que responder también a una ética determinada. Cuando estamos moviéndonos en una órbita tan importante —por más que la hayan querido minimizar y vulgarizar— como es el mundo de la cultura, creo que un editor, como cualquier gestor cultural, requiere rigor, decencia y diría también —como muchas veces les digo a mis jóvenes alumnos— que esto de editar requiere muchísimo estudio. Uno no se puede dar por satisfecho con lo que ha sabido. Además, es hermosa esta profesión porque constantemente te está descubriendo algo que no conocías; a día de hoy, pasado más del mezzo del cammin, yo estoy descubriéndole siempre cosas a la edición que la hacen tan atractiva, tan estimulante. Te diría entonces que yo me conformaría con esos tres principios: conocimiento, rigor y decencia.
Desde un comienzo hubo una apuesta por publicar autores americanos. ¿Esta decisión tuvo que ver con el “boom” de la literatura hispanoamericana que había cuando se creó la editorial o de dónde viene ese interés por lo americano?
Mi interés por lo americano viene de muy pronto, cuando yo descubro, todavía siendo un niño, de la mano de mi madre, a un poeta como Rubén Darío. Era muy joven, entonces no sabría calibrar desde la perspectiva actual qué supuso para ese chico aquella incursión americana, además por vía de la poesía. Todavía recuerdo… era tan jovencillo que no sabía ni dónde estaba ubicada Nicaragua; le pregunté a mi padre y él siempre que le hacíamos una pregunta nos explicaba y después decía que fuéramos a corroborar con la enciclopedia Espasa-Calpe que estaba en la casa. Me acuerdo todavía extendiendo un plano del istmo centroamericano y con mi dedo de niño recorriéndolo en búsqueda de Nicaragua. Fue mi primer viaje por América. Y aquel rastro que yo seguí con mi dedito creo que marcó también un futuro o un destino; a mí América siempre me pareció un enigma y me pareció además una razón de ser, utilizando un término de otro apasionado de América: el vasco Juan Larrea, que fue un exiliado español en Argentina.