Por Arturo Tendero, El mundanal ruido, Albacete.Que nadie se coma de vista a la poesía, ensillándola en lo tierno y lo timorato, porque en ella, para quien sabe usarla, cabe todo. Desde Quevedo, que fue y que sigue siendo maestro de la mala leche, hay una larga tradición de clásicos españoles que le arrean mandobles más o menos irónicos a su patria. Hasta Gil de Biedma, que quería vivir como un noble arruinado “en un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras”, pasando por los Machado: ya el bueno de Antonio advertía al “españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios / que una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”. El meterse con España es casi un subgénero de nuestra lírica. Antonio Rodríguez Jiménez como buen profesor de literatura, conoce la tradición a la que se incorpora, y se aplica a esta veta reivindicativa sin que le tiemble el pulso. Al fin y al cabo, pertenece a una generación maldecida por la situación económica y social.Ver reseña completa aquí