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Confieso que en cuanto leí el mecanoescrito de este hoy ya felizmente librito no dudé ni un ápice en incorporarlo al acervo de la editorial a la que represento en este acto. Y no lo dudé por varias razones. La esencial porque recién realizada la prueba de su lectura se me reveló como un libro por venir habitado, con “alma”, de uno de esos libros que, tal como diría el poeta Hugo Mujica, está dirigido a encontrar casa en los oídos de los otros, a custodiar una verdad por pequeña que sea.
Permítanme para ir terminando con mi intervención, que quería breve a fin de dar entrada cuanto antes a los dos protagonistas principales de esta velada: Pilar Mañas y José Antonio Marina, referirles una pequeña y conmovedora historia que relata uno de nuestros grandes sabios del 98, hoy por lo ya visto injustamente olvidado, algo, todo hay que decirlo, inimaginable en ningún otro país en nuestro contexto europeo, inmerecidamente, repito, olvidado, -hace tres meses pusimos en circulación en Pre-Textos la reedición de su excepcional La música árabe y su influencia en la española sin merecer por parte de ningún diario español el más mínimo comentario. Circunstancia que sorprende tanto cuanto que libro tan imprescindible para el conocimiento de nuestra cultura llevaba más de medio siglo sin ponerse al alcance del lector español. Bueno, pues D. Julián Ribera y Tarragó, su autor, nos cuenta que Ziriab, el músico oriental que reclamó Alháquem I para su corte y que sobresalió durante el reinado de Abderahmán II, estando ya en Andalucía añadió al laúd una quinta cuerda. El laúd antiguo sólo tenía cuatro, que según el simbolismo de los teóricos, la primera era amarilla, y simbolizaba la bilis; la segunda, teñida de rojo, simbolizaba la sangre; la tercera, blanca sin teñir, simbolizaba la flema; y el bordón, teñido de negro, simbolizaba la melancolía. Al laúd, pues, le faltaba el alma, y por eso Ziriab añadió una cuerda roja central (colocada entre la segunda y tercera). Del mismo modo ha obrado Pilar Mañas en este su La piel del frío un libro sembrado de ternura, melancolía, emoción y sentimiento, y habitado por personajes que nos revelan con sutileza extrema, por ejemplo, que jugamos a lo que soñamos, que lo sagrado nos puede producir temor, que uno no sabe que va solo porque no sabe las cosas que no se ven, que todo lo importante en la experiencia vital de uno necesita mucho tiempo para comprenderse, que, tal como señaló Justo Navarro en una memorable reseña que le ha dedicado, la ley de la fábula es la verdad, pues que el escritor inventa ficciones para hablar de lo real verdaderamente.
Un libro, en suma, instruido en la sensibilidad a través del recuerdo, de la atención a lo vivo y, por qué no decirlo, de los aromas, por citar sólo tres de sus ingredientes, y que, créanme, está escrito, como todo libro de verdad, para tratar de hacernos más habitable el mundo desde el que nos habla alguien en el que el resto podemos vernos reflejados porque está dotado de esa cuerda central y roja del laúd del músico Ziriab, es decir, y lo repito, de alma. Como lector se lo agradezco y paso la palabra a José Antonio Marina.