He de agradecer en primer lugar a la cartelera Turia y a Vicente Vergara en particular el haber incluido este acto dentro de los XXI Premis Turia, así como al Centre Octubre por darnos acogida en sus locales, y cómo no a Susana Fortes por ofrecerse graciosamente y sin dudarlo un sólo instante para presentar hoy el libro de Román Gubern y al propio autor por confiarnos en su día la publicación de La confesión de Carmen.
Susana Fortes es gallega y valenciana de adopción, también historiadora y profesora de Historia del Arte en un Instituto de Valencia, pero ante todo sus dos grandes pasiones son la escritura y el cine, hasta el punto que confiesa “seguir la sintaxis cinematográfica para muchas de sus novelas”. Como narradora lleva ya publicadas una decena de obras. Comenzó publicando aquella inolvidable Querido Corto Maltés en Tusquets, el año 1994 y desde entonces su carrera literaria viene jalonada por una serie de galardones con títulos como Fronteras de arena (Premio Primavera de Novela, en Espasa) o El amante albanés, finalista del Premio Planeta en 2003 y, más recientemente Esperando a Robert Capa, que obtuvo el Premio Fernando Lara. Su última novela es La huella del hereje. Pero también es autora de Adiós, muñeca (2002), una selección de artículos sobre cine.
Y hablando del cine, tenemos el privilegio de contar hoy con la inestimable presencia de Román Gubern, guionista y crítico de cine, gran investigador de los medios audiovisuales, que lleva publicados más de 40 libros entre los que acaba de ver la luz este juego literario escrito con pseudónimo y centrado en la mítica figura de la Carmen de Próspero Merimée, a quien Román Gubern ya había dedicado un ensayo publicado en Anagrama, el año 2002, titulado Máscaras de la ficción. La autoría de La confesión de Carmen es precisamente esa máscara de ficción tras la que se refugia Román Gubern, no como autor, que también, sino como traductor de una pieza literaria apócrifa de Merimée, quien tampoco firmó con su nombre, sino con el de la propia Claire Guillot. Ficción o realidad, lo cierto es que esta divertida travesura literaria permite además a Román Gubern adoptar la voz femenina en todas sus facetas: como autor y como voz omnisciente encarnada en la de Carmen y sus confesiones o confesión en el sentido más psicoanalítico del término, ya que expresa lo que calla Merimée de los afectos, deseos, desarrollo desde su más tierna infancia y sexualidad de esa gitana de rompe y rasga que resulta ser el arquetipo literario de Carmen. Continúa y completa, por así decir, el texto del autor francés y, en ese orden de cosas, sigue nuestro autor ejemplos similares de la literatura como el de Andrés Trapiello con Al morir don Quijote –por nombrar a otro autor español–, o el de Jean Améry con su Monsieur Bovary –por nombrar a uno extranjero–, quien relata la historia no escrita por Flaubert; además de las novelas citadas por Darío Villanueva en la excelente introducción al libro de Gubern, como las Nuevas andanzas y aventuras de Lazarillo de Tormes, de Camilo José Cela o la Segunda vida de Anita Ozores, de Ramón Tamames, respecto al personaje de la Regenta. Sólo que en esta ocasión y a diferencia de los autores anteriormente citados, Román Gubern riza el rizo y hace una pirueta con doble tirabuzón.
Esto, por lo que respecta a la concepción de La Confesión de Carmen como juego de ocultamientos. Pero si entramos en materia literaria y de desarrollo de la acción nos encontramos con una pieza dividida en 28 pequeñas partes que describen, la vida y desarrollo personal de la gitanilla Carmen, desde su infancia hasta su madurez e ingreso en un convento (final que, como otros muchos aspectos de la novela de Claire Guillot, contravendrán el argumento de la obra original de Merimée). Esa evolución está además concebida como una especie de road movie, sólo que en carreta, desde Etxalar, en la provincia de Navarra, hasta Andalucía. La parcelación en breves capítulos y el ritmo de la acción convierten la lectura en algo muy entretenido, sin dejar de lado, claro está, la formación sentimental de la protagonista y los episodios de carácter erótico, que la hacen muy estimulante, por no decir de la jerga romaní que el autor utiliza con gran soltura, variedad y precisión, así como la de germanías o forma de hablar de ladrones y rufianes, de las que al final del libro el lector encontrará un extenso glosario.
Al hilo del relato personal de Carmen la novela va también deshilvanando las costuras del acontecer histórico y político de la época, que el autor fija con breves notas explicativas a pie de página, lo que sitúa la acción dentro de un espacio real.