Fluyen permanentes, primer libro de la autora, bien enterada de los caminos de la poesía contemporánea en el mundo -ella es traductora de algunos poetas franceses, como Francis Ponge o Henri Michaux- entra en la lírica por una puerta blindada de conocimientos que podían entorpecer el llano camino de quien se inicia en el fenómeno de la poesía como parte ya viva y activa de ella. Y nuestra primera actitud ante estos poemas es una graciosa conformidad. Un poema es una cuartilla. Algo que empieza en la primera línea de un texto y termina en la última. Para la lectura de esa letra delicada, o atrevida, o amante, o desesperada, o ensoñada, o rebelde, o todo ello a un tiempo, es preferible no saber nada más. Y yo, leyendo Fluyen permantentes, procuraba olvidar lo poco -¿o era ya suficiente?- que sabía de la autora. Era mejor así. Y todo comenzaba a producirse de una manera conforme y consecuente. La poetisa que amaneceía en estas páginas tenía una voz clara, y llegaba al verso con una despejada limpieza. También, en cierto modo, estaba allí la conocedora de poesía. Era entonces difícil olvidar del todo, enfrentarse con una cuartilla desnuda.

Ver reseña completa aquí