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Una de las características principales de la poesía de Eugenio Montejo para quien les habla radica en haber partido como pocos de la idea de que el poeta debe vincularse con la vida. Por lo general, tal como apunta Antonio Ramos Rosa, en nuestro poeta constatamos «la insuperable nostalgia de una coincidencia con los seres y las cosas del mundo». El poema, en fin, para Montejo necesita encontrar la vida, nunca sustituirla ni a callarla. O con otras palabras, nos hace vivir en el poema lo que él vivió en la vida. No recrea una emoción, sino que la crea, le otorga vida desde el poema, pues que sin sentimiento resulta todo bastante gratuito y superficial. El sentimiento, como señala uno de los heterónimos del poeta venezolano Blas Coll, es la vocal, el plan la consonante.
En el prólogo a su antología de Vicente Gerbasi, editada en Pre-Textos, decía, con palabras de un poeta brasileño por él muy querido, Cassiano Ricardo, que en poesía lo afectivo es siempre lo efectivo. Su obra da buena prueba de ello: emoción y eficacia, la vocal y la consonante, son sinónimos cooperantes en el interior de un poema, cuya efectividad en la recepción depende precisamente de su equilibrada conjunción, de esa aleación entre corazón y técnica. En fin, en el arte no es posible lograr naturalidad sin emoción. Y Montejo explora esta nueva fuente de emoción que dimana del texto bien escrito, porque el sentimiento con el que se expresa es resultado de su buena factura y avanza además con ella. Según esto, la única moral imputable a la escritura es aquella que la ata al buen decir de la obra, a la palabra exacta, a la acertada y precisa que, en este caso, es siempre la palabra más emocionante. El poema se desliza sin trabas por un lenguaje cotidiano y preciso, lenguaje casi despojado de experimentalismos pero pleno de experiencias.
Nada queda más alejado de un poema de Eugenio Montejo que el exceso, que la expansión informe y desorientada, es decir, la retórica. Hay, a contrario, una suerte de esencialidad, de dicción mesurada y necesaria, que nombra a las cosas como deben decirse sin atisbo de formulación o estériles sumas. En realidad, de lo que se trata es de un compromiso de fidelidad con la cosa misma, un compromiso de realidad y certeza, como si fuera ella, directa, tangiblemente, la que se dijera, sin tópicos, sin intermediarios perversos, en el poema. Es como si éste desplegara ante nuestros ojos algo de esa cósmica piedad que el poeta lee en la vida.
Es precisamente en ese gesto de lealtad con el mundo donde Montejo ha fijado su concepto clave de terredad . El poeta lo ha explicado así: «Aunque la invención de palabras no es de mi agrado y, por el contrario, prefiero las voces más simples y antiguas, he titulado este nuevo libro Terredad porque creo que sirve para definir con bastante proximidad la condición tan misteriosa de nuestros días en la tierra. Sobre su contenido nada quisiera añadir para dejar que los poemas hablen por sí mismos con lo poco que tengan de valor.
Se trata como de un esfuerzo por inscribir el rumor de la naturaleza en el espacio del poema y hacerlo en tanto experiencia inmediata, definitiva y absoluta, parte de nuestra propia definición terrena. Desde la condición de terredad se nos habla de una tierra mítica, sin rasgos exóticos ni localismos, una tierra y un trópico comunes y compartibles por todo el orbe. Es decir, tal como lo sugirió Esperanza López Parada, que la terredad , que otros usarían como elemento de definición regional, supone justamente lo contrario, viene a ser el rasgo de universalidad que une al poeta americano con el resto, la condición de todo ser viviente.
La poesía de Montejo, encadenada a los seres y los ciclos, atenta a la fenomenología de los pequeños acontecimientos vitales, se comporta con la exactitud y la precisión de una biología y como esta ciencia está abocada a evitar cualquier impostación, cualquier falsedad para atenerse al paso fuerte de lo natural, para plegarse asombrada ante él.
La terredad es lo más cierto de lo que somos, lo que mejor y más sencillamente nos constituye; describirla a ella es describirnos a nosotros, en la forma incardinada en que se ata a su elemento, la tierra unida a sus hijos, como el cuerpo se enlaza al alma, la técnica a la pasión, la eficacia del poema a su emoción misma.
Montejo ha intentado inventar un lenguaje más fiel a las músicas de la tierra, más natural. En fin, nuestro poeta ha desplegado ante nuestros ojos algo de esa cósmica piedad que él ha leído en la vida.