Por Francisco Javier Pérez, El Nacional.
“Lo que experimento ante la muerte de cualquiera, y de una manera más vehemente e incontrovertible ante la muerte de algún pariente o un amigo, de tal o cual persona querida, incluso cuando el amor está ausente o ha sido terriblemente contrariado, hasta el desprecio o el odio, es lo siguiente, algo que no tengo ni ganas ni fuerza de demostrar como hubiera podido hacerlo con una tesis: la muerte del otro, no únicamente pero si principalmente se le ama, no anuncia una ausencia, una desaparición, el final de tal o cual vida, es decir, de la posibilidad que tiene un mundo (siempre único) de aparecer a tal vivo. La muerte proclama cada vez el final del mundo en su totalidad, el final de todo mundo posible, y cada vez el final del mundo como totalidad única, por lo tanto irremplazable y por lo tanto infinita”…
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