Por José Ángel Cilleruelo, en El Ciervo

En algún momento de su desordenada vida laboral como corresponsal extranjero en varias empresas y de su tempestuosa vida mental como escritor, Fernando Pessoa (1888-1935) miró el ingente volumen de papeles manuscritos que los años y su indomable grafomanía habían reunido. Pensó que el libro soñado durante décadas -Pessoa soñaba libros sin cesar, pero siempre con la pluma en la mano- estaba ahí. Solo tenía que ordenarlo y coser unos con otros los cientos de fragmentos conforme a la idea que tenía de su libro.

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