No hay testigos, dice Blanchot. Los más cercanos no dicen más que lo que les fue cercano, no lo lejano que se afirmó en esa proximidad, y lo lejano cesa en el momento que cesa la presencia. Se trata pues de procurar con nuestras palabras mantener lo que se ausenta, aun a costa de llenar sólo un vacío. Todo lo que decimos no tiende sino a ocultar la única afirmación: que todo debe desaparecer y que no podemos permanecer fieles más que velando por este movimiento que desaparece, al que algo entre nosotros, algo que rechaza todo recuerdo, pertenece desde ahora. ¿Cómo aceptar hablar hoy de Max Jacob? Hablar en este momento de Jacob, al menos para mí, significa hablar de un amigo. De alguien que como yo creyó en la amistad. E hizo de la misma una de las razones fundamentales de su vida, una vía para conseguir, si no la felicidad sí al menos la alegría, sometiendo a menudo ésta a aquella creencia. Se trata, en resumidas cuentas, de hablar de alguien cuyas formas de existencia, episodios de su vida, sacrificio e incluso irresponsabilidad no pertenecen a nadie. Pertenecen a la memoria, en la medida que la amistad ha afianzado en ella el recuerdo de quien se ausenta. El recuerdo, mientras recuerda, puede actualizar el pasado en el presente, puede devolver lo lejano y con él lo ausente. No hay testigos. pero sí recuerdo. Y sería pertinente decir que para una persona que piensa que vive de sus recuerdos, éstos adquieren algún sentido, el sentido de la novedad, si acaban siendo un modo de afrontar el futuro, un modo de confirmarse ante lo por venir. La novedad que impone el recuerdo se entiende sólo, si posee una dirección, la del otro. Pues únicamente un recuerdo asumido por otros es en realidad nuevo, a no ser que el más absurdo solipsismo tenga que venir a interponerse entre nosotros y los demás. La novedad soy yo para el otro, el otro para mí; las relaciones de nuestros recuerdos entre sí. Lo cual no quiere decir que novedad sea sinónimo de originalidad. Significa simplemente que algo nuevo, algo que antes no estaba, está en nosotros o está en el mundo, o está en los demás. Lo que cuenta de verdad, en suma, es el futuro, pero cuenta porque éste cuenta a su vez con el pasado y el presente.
Al ser convocado por José–Miguel Ullán para concurrir a esta mesa redonda se me ocurrió releer Art poétique, la antología de máximas, editada en 1922, que había traducido e introducido junto a Esperanza López Parada, hacía sólo unos meses, para una de las pocas revistas españolas que han recordado este año a nuestro poeta. Pues bien, al releer la mentada obra esperaba haberme encontrado con una intención que había creído detectar al leerlo por primera vez: la de tratar de ponerse en claro, en un contexto histórico muy concreto –me estoy refiriendo a las dos primeras décadas de este siglo, en que abundaron a la postre dichos ejercicios–, determinadas cuestiones que parecían inquietar a Max Jacob en el terreno de las ideas estéticas. Al acercarme de nuevo al libro compruebo que nada ha cambiado. El libro es el mismo. Su intención se me antoja idéntica e idéntico el espíritu que puja en sus páginas. Sin embargo, éste no es el libro que esperaba. La totalidad de mi experiencia anterior de lector influye en mi percepción actual del libro, y elementos imaginativos, formas del deseo, voliciones, contribuyen, imbricándose, a deformármelo, a hacer de ese libro al que he vuelto una realidad distinta a la que realmente presencian mis sentidos. El libro huye de mi deseo, se desvanece mi presencia ante la presencia actual de sus páginas. Y el libro-anhelo antes que convertirse en el libro-desilusión se convierte en otro libro ajeno al sentimiento anterior que su lectura había avivado en mí. Todo se desliza en el tiempo que es y me abandona a mi soledad, me ausenta de mí mismo al ausentarme de mi anhelo.
Abandonado a esa soledad, se me ocurre que si algo había en esas máximas de sustantivo era un sentimiento en agraz, lo que en adelante presidiría con carácter principal las inquietudes de Max Jacob y de la mayor parte de la verdadera literatura de tiempos anteriores: la conciencia de la soledad del individuo ante la inefabilidad de lo vivo. Y en esa línea de pensamiento, la aforística que constituye su Art poétique no sólo trata de colmar una inquietud de orden puramente estético, sino, antes que nada, una de más largo alcance, de orden estrictamente ético. Valga como ilustración de lo que digo un somero recorrido a través de las reflexiones que se van eslabonando en esa “poética”, aun a riesgo de realizar una lectura sesgada –ahí comprometo, pongo en crisis, mi yo– lo que a mi juicio puede tener mayor actualidad.
La primera dice textualmente lo que sigue: Una buena obra literaria no es más que la comprensión íntegra (el subrayado es mío) de una idea por su autor. Una obra no es más que la comprensión de algo. A mi parecer, la comprensión de algo apunta más allá de la pura especulación estética, avanza, a mi juicio, la idea, más tarde ampliamente desarrollada a lo largo de toda su obra y revalidada por sus Meditaciones, de que la comprensión de algo pasa con carácter ineludible por la claridad –esa cortesía necesaria y exigible a todo pensador, que tan a menudo se extravía– que implica cierto horizonte de inteligibilidad. Inteligibilidad a partir de la cual podamos discernir la sinceridad y honradez de una obra y de su autor frente a la impostura, es decir entre lo verdadero y falso del continuo cultural. Abunda en esa idea cuando se refiere más adelante a los autores oscuros, a aquellos que hacen de la oscuridad la coartada para ocultar su mediocridad. Escuchemos lo que nos dice: Los autores que se hacen los oscuros para ganar estima obtienen lo que buscan y un poco más.
Paso a referir a continuación lo que creo no merece comentario alguno de nuestra parte: El arte es el amor. También el arte es una mentira, pero un buen artista no es un mentiroso.
Permítanme también ir sacando a colación otras máximas que quizás merezcan nuestro comentario cuando pasemos al diálogo que espero susciten nuestras intervenciones:
– La personalidad es un error que persevera.
Max Jacob sigue sintiendo tempranamente, como buen seudocubista, la necesidad de desacreditar el universo positivo. No se trata de hacer el espíritu impermeable a las cosas, al contrario, se multiplican las ocasiones de establecer un estrecho contacto con ellas, pero se procura que las sensaciones tomen parte en el juego del que nacerá el sentimiento de una mayor libertad. Liberarse de lo real; he aquí lo que intentó Apollinaire y, al mismo tiempo que él, Max Jacob, hombre curioso también, conversador extraordinario, mistificador místico… Su inconformismo llega a sus últimas consecuencias: es en su propio yo donde se niega a reconocerse. Algo que profetiza su ulterior avance hacia posiciones místicas
(Hoy se tiende a solicitar de una obra literaria personalidad, pero yo me pregunto: Cuando nos encontramos esa personalidad, dónde queda la obra, dónde podemos acudir a encontrarla)
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– Los posesivos sólo pueden ser conservadores.
Toda realidad concreta es percibida por distintos sujetos de distinta manera, pues cada hombre dirige su interés a algún aspecto particular de la realidad, singularizando así aquellos aspectos de las cosas o de las conciencias que van formando su mundo concreto, inalienable. El mundo concreto es el mundo de la diferencia, diferencia que añade a la cosa la percepción singular de cada hombre
(En fin, la avaricia parece ser el alimento de los conservadores)
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– No somos sino que buscamos todavía ser.
Se existe peligrosamente en busca del ser que se quiere alcanzar.
(La experiencia de la realidad como vía para la adquisición de conocimiento, aquello que en última instancia nos puede procurar el ser. Somos lo que somos, no lo que aparentamos ser)
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– En materia de estética jamás se es nuevo del todo.
(Todo lo verdadero es nuevo)
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– El culto al vértigo… pero olvidamos que el vértigo se siente en las alturas.
(La necesidad de la experiencia de los límites)
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– Por qué un buen poeta es inimitable, porque mantiene la unidad de sentimiento y gusto. La poesía moderna es la prueba de que en materia de poesía, únicamente importa la poesía. Todo arte se basta a sí mismo. (Cabría subrayar esto último).
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Su diagnóstico sobre el arte de vanguardia nos parece muy afortunado habida cuenta de los tiempos que corren al respecto:
– El arte de vanguardia ya no lo es cuando el que lo hace empieza a comprenderlo; cuando los que podrían entenderlo, no quieren; cuando los que lo han comprendido, exigen un arte que no sea ya comprensible.
¿Qué más podríamos añadir nosotros? La mayoría de los ismos vierte hacia el futuro la esperanza de un tiempo que no encuentran en el presente; y así mezclan su existencia con el anhelo de querer ser, con la esencia irrealizable de que está ausente su vida.
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Veamos ahora cómo plantea la necesidad de la duda ante la terminación de la obra:
– Es un buen signo que, terminada la obra, quede apetito, es decir que no se llegue del todo a la meta. Igual que el vencedor nunca considera al enemigo bastante derrotado.
El poema terminado debe decepcionar porque no es nunca ni literaria ni moralmente lo que parece ser. Ignoramos siempre, y también el autor sin duda, su identidad, lo que representa. Del mismo modo el universo nos engaña, puesto que no vemos nunca lo que quiere decir.
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– El estilo del maestro es el estilo del alumno.
–No voy a hacer comentarios a la sazón–
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– Se considera sincera una obra que está dotada de fuerza suficiente para dar realidad a la ilusión.
El poema está animado por un dinamismo interior, propone actos, hechos. Pero el plano en el que se mueve no es el de la vida ordinaria, ni tampoco es totalmente el de los sueños; se sostiene en una zona intermedia, a medio camino entre lo real y lo imaginario. Se trata siempre de una aventura sicológica, incluso cuando se distingue sin esfuerzo la sensación, el error óptico que ha provocado la ilusión.
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– En el momento en que para ganar belleza se engaña, se es artista.
Max Jacob necesita un objeto que componer, un ser al que hacer vivir, que no sea él mismo. En contra de la voluntad de la mayoría de sus contemporáneos no rinde armas a la fealdad, se niega a conceder un lugar en su obra a lo mezquino, a lo ridículo.
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– Tan bien escrito, tan bien escrito que ya no le queda nada.
(Tan elaborado que la pasión de la que surge toda obra queda totalmente sepultada)
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– Uno triunfa cuando le comprenden.¿Quiénes?
(Jacob pone en entredicho la comprensión última de la excelencia de una obra de arte por parte de los otros)
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– Hace falta entender de qué se habla: todo consiste en eso. Comprender no es solamente dominar, es estar a la altura. Los poetas hablan “sublime”. El público se burla casi siempre de ellos con razón.
–Sin comentario alguno por mi parte–
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– Escribir con el corazón. Las grandes mentes, al haber escrito sólo con la cabeza, no tienen la gloria que alcanzaron los mediocres escribiendo de otro modo.
(Creo que esta máxima es muy oportuna cuando en la actualidad se apela tanto a la inteligencia como una de las principales excelencias en literatura)
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– El buen estilo es la espiritualidad de la materia. Hay una pureza de las entrañas que es escasa y excelente.
(El estilo debe ser parte del argumento de la obra, el buen estilo es parte inherente a la obra. El estilo se deriva de la escritura de la obra, siempre que ésta esté entrañada en una razón verdadera, en la razón que hace inevitable escribirla)
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– Reconstruyamos lejos de nosotros lo que está cerca nuestro.
(Cabría recordar aquí lo que hemos apuntado al principio sobre la memoria, el recuerdo, lo lejano, lo ausente)
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– Aprendo más de un joven amigo que de un viejo maestro, y éste también aprende más de un amigo joven que de un maestro antiguo.
–Sin comentarios–
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– La vida puede comprenderse a través del arte, pero no el arte a través de la vida.
–Tampoco voy a opinar al respecto-
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– ¡Qué mejor “medio” que la realidad! ¡Qué mejor “medio” que la sicología que se revela únicamente en la verdad de las palabras y a través de los gestos y nunca en la pedantería! Siéntete más orgulloso de tus héroes que de ti mismo.
El tiempo, el espacio, el ser, el recuerdo, la materia, la amistad: todo ello está atrapado en la malla de las meditaciones para poderse escapar de la fatalidad.
(La pedantería, tal y como la piensa Jacob, es una ofensa a Dios. Imposibilita el diálogo con Dios a través de la meditación , que es un modo de informar a Dios y con ello de matar la soledad. La meditación es carnal, humana. Da libre curso a las confidencias íntimas, a la fantasía poética, a esa suerte de estupefacción que siempre caracteriza al poeta: la jubilación de vivir ya la realidad)
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Que mis palabras, escritas con amistad, con respeto, pero sin inquietud alguna de celebración, no formen una pantalla ante las páginas del hombre de la estrella amarilla. Que sean sobre todo una invitación a meditar sobre una vida y una obra, sobre la dignidad del ser humano vigilante, asaltado por el espacio y el tiempo, torturado por el amor de los otros y por el amor de Dios.
Según Jacob sólo se admira lo que no se posee. Como no poseemos la eternidad la admiramos, y como no la poseemos deberíamos sabérnosla procurar. Él lo intentó a través de muchos años de ejercicios de estilo, de trabajo tenaz y cotidiano, de paciente búsqueda. A lo largo de tantos años de vida interior, de posesión de sí mismo, de investigación escrupulosa, fue donde se liberó totalmente el escritor. Es decir, tras esos años acaba siendo Max Jacob; ese hombre que en el fondo es expresión de una nostalgia profunda y, puede ser, de una decepción fieramente humana. Durante años puso nuestro autor todas sus fuerzas al servicio de una tentativa de adquisición de los secretos del Universo. Creyó poder acceder a la Inteligencia y al Saber. Las ciencias ocultas, la astrología alimentaron en él esa obsesión por el misterio a desvelar. Le proveyeron de los instrumentos para agenciarse la fuerza necesaria para comprender el Universo. En él pueden distinguirse las trazas del hambre que anima a todo artista en pos de una creación perfecta.
Poeta y pintor, pensador y místico, se autorecrimina su mediocridad, el haber sido incapaz de procurar armonía, de no saber sino copiar y calcar, tal como hicieron la mayoría de sus coetáneos, aunque aparentasen lo contrario. Su excesiva humildad sufre con su comparación a otros de sus amigos –pienso en Picasso o Apollinaire–. Segundón, eterno segundón; no se dan en él por el contrario los celos, sino la conciencia clara de cuál era su lugar en el mundo. Algunos han creído ver tras esa actitud cierto sentimiento de inferioridad o culpabilidad, yo por el contrario veo el hombre superior en sentido nietzscheano, el hombre que es consciente de sus limitaciones, que las comprende y acepta. Querría cerrar esta intervención volviendo a sacar a colación un aforismo más de su Art poétique: Lo bello encierra silencio y en silencio ha sido creado. Lo que llamé antes obra situada o colocada es una obra rodeada de silencio.
Hay que ser capaces de padecer hambre en el alma por amor a la verdad.
(Nietzsche)
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Tras los acontecimientos hay una intención determinada y por ello son simbólicos.
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Donde el filósofo dice distinto, el poeta unifico. Y al separar al hombre del hombre, al hombre de la realidad, el filósofo rompe las más obvias y entrañables relaciones, mientras que el poeta las expresa, las palpa y nos las entrega vivas.
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Hay casi siempre en Jacob una intención mistificadora, es decir, una necesidad de invención gratuita, sin referencia a lo real, o a un realismo aparente que es siempre un señuelo.
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A Max Jacob la ironía le proporciona diariamente una llave para salir de la prisión de su soledad. En su obra la ironía se deja y no se deja ver, y ofrece a la obra ese alejamiento necesario sin el cual no hay creación. Emplea la ironía como elemento distanciador. Con él se reviste la ironía de una apariencia ambigua que es difícil sorprender al poeta en flagrante delito de ironía, fijar su actitud respecto de su obra, y la situación de la obra misma. Lo absurdo de los hombres y las cosas se lee a través del poema, tal como sugiere Marcel Raymond, como dibujado con tinta simpática. Actitud que variaba con el progreso de su obra en el tiempo.
Cabe recordar al respecto lo que le escribe Jacob el 2 de febrero de 1930 a Charles Goldblatt casi con tono autocrítico: “La poesía no puede seguir circunscribiéndose a una mezcla de ironía y sentimiento. ¡Se acabó! Eso era dado por bueno en una época oscura que también fue la mía. La poesía es un sentimiento; y cuanto más serio, grave y profundo sea, más bella será.
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El lenguaje vale por lo que dice, y por lo que no dice, por lo que sugiere.
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La escritura es como un muro contra la muerte.
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“La imagen es menos pujante que el ritmo, la imagen se remite al ojo que no es nada en poesía. El ritmo, en cambio, va directamente al corazón.” (De otra carta a Ch. Goldblatt del 3o de agosto de 1930).
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Dialogar con Dios conduce sin duda a la humildad.
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Dios es el símbolo, la representación simbólica de la amistad. Tengamos presente que la mayoría de sus meditaciones fueron enviadas por carta a sus amigos.
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El tema de la muerte que dramatiza lo más hondo de nuestra vida en épocas de crisis es tema eterno del hombre.
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La ausencia que impone y es nuestra vida, si se la contempla del lado de la muerte, es el sentimiento fundamental que se cierne, aunque diversamente, sobre todo hombre desde que el hombre ha logrado hacer consciente su propia conciencia.
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Cuando soy, fuí.
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Porque sabemos que vamos a morir -y en eso está quizás nuestra superioridad sobre los demás seres- nos esforzamos en sobrevivirnos y en crear belleza y arte.
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Las cosas son realidades que tienen una existencia autónoma, que no dependen, cuando las contemplo, de mi contemplación
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Puede buscarse con naturalidad, sin intención de encontrar en la búsqueda, y puede buscarse con conciencia de buscar, es decir, de manera artificial.
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No busco, encuentro.
(Picasso)
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La misión del hombre, su obligación con la vida consiste en encontrarse con la realidad que es, precisamente, la forma de estar presente en lo real. El hombre debe verterse en la realidad y lograr en ella su verdadera realización.
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La conciencia del estar está encarnada en la realidad.
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No a la obra perfecta, sí a la completa.
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El hombre a pasar de persona a individuo ha perdido, poco a poco, la fuerza originaria que le mantenía vivo y vigoroso. Hemos reducido al hombre al otorgarle carácter de individuo a conocimiento, a razón, a lógica, a identidad. De la vida no queda sino el tronco muerto.
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Retratos de familia (Leon-Paul Fargue)
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Le laboratoire central (Max Jacob)
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Citas de Consejos a un joven poeta (23 de junio 1941):
-Realista, siendo enteramente permeable.
-El “¿qué quiere decir esto?” es el reproche que uno le hace al poeta que no le ha sabido emocionar. Tal vez el mayor reproche.
El estilo exige la colaboración del sentimiento.