El libro ha muerto, ¡viva el e-book!
Hasta el día de hoy, en el mundo entero, casi la totalidad de editores sigue editando el libro convencional, el de papel, ése que se ha de leer pasando con la mano hoja tras hoja, tras hoja…, –¡uff, cuánto trabajo!–. Pero, de la noche a la mañana, aprovechando la crisis no sólo económica, determinadas parcelas del mundo editorial, aliadas a los medios de comunicación, han decidido proclamar la muerte del libro. Y como solución práctica nos ofrecen un nuevo artículo de fe. Más bien un artilugio, que si se le hubiese bautizado con el nombre de “pizarra electrónica” no hubiese adquirido tal vez los tintes, a la par revolucionarios y apocalípticos , que con el término “e.book” se está viendo investido, al menos en nuestro país.
Su propaganda incipiente ya nos augura el fin del libro en papel. Una propaganda auspiciada y respaldada por grandes compañías, algunas de ellas multinacionales, con grandes intereses lucrativos en el mundo de la cultura espectacular y de la tecnología. Unas empresas que no suelen mover un dedo sin antes tener previstos los posibles réditos que pueda dar cualquier nuevo invento. Pero justo en este punto es donde no empieza a verse claro en qué quedará el negocio. ¿Cómo es que dan un paso tan decidido cuando no es aventurado prever un escaso consumo de ese producto por aquellos que dicen consumir libros? ¿Qué necesidad tiene el lector circunstancial, quien, por lo general, es el consumidor de best-sellers, de tener recopilados cientos, miles de libros en una “pizarra electrónica”? ¿No será que, tal vez los vendedores de e-books lo que quieran sea crear, a golpe de propaganda y de campañas de marketing, un nuevo hábito, que no de lectura, sino de consumo masivo de “pizarritas electrónicas” que no se necesitan más allá de por cuestiones estrictamente prácticas o funcionales cuando no espurias? ¿No será que a lo que estamos asistiendo de nuevo con el e-book es a una necesidad del mercado, pero no del verdadero lector? ¿No será que al público lector le están vendiendo la piel antes de cazar el oso? Pues, hasta donde sabemos, existe, a la hora de implantar el invento, desde un vacío legal en cuestión de derechos de autor, hasta una competencia brutal entre varias multinacionales para ver cuál de ellas se lleva el gato al agua en la instauración del sistema o formato a ser utilizado mayoritariamente. No obstante, mucho debe ser el nuevo negocio que entre unos y otros: grandes sellos editoriales, grandes agencias literarias en connivencia con los primeros y grandes empresas de software, se llevan entre manos para desplegar unánimemente y en un corto espacio de tiempo un esfuerzo tan enorme de propaganda y promoción de un producto que apenas se ha probado. ¿No será que en tiempos de crisis económica como la que nos atenaza, han dejado de servir las antiguas estrategias de mercado para vender los mega-sellers? Estrategias de mercado que, en un país como el nuestro, con un bajo índice de lectura, el sector del libro no ha sabido, podido o querido digerir ni alterar en lo más mínimo aunque las estructuras de mercado diseñadas al efecto resultaran ya obsoletas desde hace más de 20 años. ¿No será que ese público consumidor compulsivo que se les va de entre las manos necesita no ya de lecturas, sino de nuevos artículos de fe en los que seguir creyendo a ciegas, claro está, como todo acto de fe exige?
Asistamos, pues, perplejos ante el nuevo eslogan publicitario con visos teológicos que ya se nos viene encima:
“El e-book es bueno porque se venderá mucho y se venderá mucho porque es bueno. ¡Viva el e-book!, ¡Muera el libro!”
Sustitúyase, si no, en tan “innovador” eslogan: “ el e-book” por “Dios” y “se venderá” por “nos quiere”. El reclamo publicitario quedaría así:
“Dios es bueno porque nos quiere mucho y nos quiere mucho porque es bueno. ¡Viva Dios!, ¡Muera el libro!”
Pero a continuación yo me pregunto: “¡Por qué ha de morir nada si tan bueno es el e-book?” Y concluyo: “¡Qué Dios tan despiadado!”