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Ales Steger nació en Ptuj (Eslovenia), en 1973. Es uno de los representantes más brillantes y eclécticos de la nueva literatura eslovena. Escritor cosmopolita, traductor, crítico literario, fotógrafo, incansable trotamundos, Steger es también creador y organizador de diversos festivales y eventos literarios. Y autor asimismo de varios libros de poesía, de diversas traducciones y de un relato de viaje a Perú, Enero en medio del verano. Ha sido editor de algunas recopilaciones de poetas eslovenos y ha traducido, entre otros, a Pablo Neruda, Gottfried Benn e Ingeborg Bachmann. 
Con Berlín obtuvo en Eslovenia el Premio Marjan Rožanc por el mejor ensayo de 2007.

“Berlín es un monstruo. Berlín es la ciudad más maravillosa del mundo.”
Entre estos dos polos se desarrolla el relato del libro de Ales Steger que hoy presentamos.

La mirada del turista o del extranjero es despiadada, escribe el premio Nobel, Elias Canetti, en Las voces de Marrakesh, con el que el libro Berlín tiene más de una similitud. Esa actitud despiadada no es otra que la del extrañamiento, el poder observar y analizar las cosas, tras la inmediatez de la experiencia, con la distancia que provoca el recuerdo o el mismo proceso de escritura una vez se trata de plasmar la crónica de los hechos, las personas o las cosas con las que uno ha convivido en ese espacio que nos resulta ajeno.
Y la forma más acendrada de distanciamiento o del “Verfremdung” brechtiano tal vez sea el sentido del humor, que nos salvaguarda de esa amenazante, por desconocida, realidad, al mismo tiempo que nos acerca a ella como ningún otro gesto de aproximación. – O tal vez baste con dejarse un simple bigote, como atestigua el autor.
En este sentido cabe agradecer el fino sentido del humor que recorre las páginas del libro de Ales Steger.

Analogías en apariencia extravagantes, pero que en realidad rozan lo poético cuando no lo onírico, establecen, al mismo tiempo, sorprendentes vínculos entre las cosas o las personas, entre las personas y las cosas, dando a unas y otras y a los propios hechos narrados una dimensión inusitada al relato, que en ocasiones se eleva a niveles de una imaginación desbordada y desbordante.
Panaderías y farmacias; punkies descendientes directos de los antiguos germanos, según testimonio del propio Tácito; libros que nos miran desde el escaparate de forma implacable; el ambiente del interior de las librerías; la propietaria de una de ellas, que parece comerse los libros con cuchillo y tenedor en una aparente visión apocalíptica; las referencias cinematográficas a Cielo sobre Berlín y Bruno Ganz y tal vez a Encuentros en la tercera fase; la enternecedora contemplación de una pareja gay; la invasión de mariquitas en la nueva vivienda del escritor; de nuevo el sentido del humor cuando establece sorprendentes relaciones entre Berlín, Lubliana y Tokio a través del pulpo, animal de compañía del señor Shimabaku, o la extraordinaria previsión del carácter berlinés cuando fija sus citas a tres semanas vista, previendo sin duda cuándo estará o no de buen humor; o de la aparente falta de generosidad de los berlineses entre sí con el dinero. Las visiones del flaneur en la ciudad de Walter Benjamín. Y las fotografías del propio Steger, que ilustran el libro y terminan por establecer nuevas analogías. Todo ello y mucho más conforma el vasto universo de este breve y rico libro.

Otra de las constantes a lo largo del mismo es también sin duda la meditación en torno al tiempo. Un presente que se proyecta continuamente al futuro y que es incapaz de recuperar el pasado si no es a través de sus huellas. “Y siempre, siempre, siempre es sólo el tiempo el que gana”, nos dice el autor en un pasaje ambientado en un casino.
En Berlín, una ciudad en incesante demolición y reconstrucción, los márgenes del tiempo hecho pedazos son visibles desde cualquier parte, al igual que “la doble huella rojiza en el asfalto”, en la que los pies siguen tropezando, como si “no se hubiera derrumbado el muro, sino más bien se lo hubiera enterrado”. “Berlín carga con la espléndida maldición de ser una ciudad en incesante refundación, como el más eficaz de los sedantes.” La misma sensación de un amigo que estuvo allí y me decía: “Es una ciudad que se inventa constantemente a sí misma”.

Ales Steger empezó como poeta a los 22 años, con la publicación, en 1995, de su libro Tablero de palabras, al que siguieron: Kashmir, Protuberancias y el Libro de las cosas, recientemente traducido al inglés y del que hoy nos leerá algunos poemas en versión castellana de .
El sofisticado tono filosófico y lírico de sus poemas, junto al resto de su obra, le valió a Steger un prestigio que pronto trascendió las fronteras de su Eslovenia natal. La variedad y calidad de los palos que toca dan fe de su talla como creador.

Si nos atenemos al prólogo de Brian Henry a la edición inglesa de El libro de las cosas, lo que llama en general la atención en la escritura de Ales Steger –y no sólo en la poética, diría yo– es su “insaciable curiosidad”.
También nos señala su traductor inglés que, al igual que Maurice Blanchot, Ales Steger toma en este libro “partido por las cosas” y encuentra en Francis Ponge un claro referente. Pero yo aún iría más allá y lo emparentaría también a esa línea de la poesía norteamericana que desde hace ya tiempo optó por las cosas en relación con los individuos y con el yo poético. Estoy hablando, por ejemplo, de Ted Kooser o de Jane Kenyon, como representantes más recientes de esa ya larga tradición.
Títulos como “Huevo”, “Nudos”, “Piedra”, “Gato”, “Salchicha”, “Orinal”, “Chocolate”, “Hormiga”, “Pan”, “Paraguas”, “Mierda”, “Salmón”, “Aspirina” y un largo etcétera, hasta cincuenta, recorren de punta a cabo las páginas de este singular poemario, del que esta tarde tendremos el privilegio de escuchar, en la voz de su propio autor, algunas de sus partes en versión original y su traducción castellana.