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En la entrevista “Un conocimiento por el montaje”, que Pedro G. Romero hiciera a nuestro autor el pasado año en el marco del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Didi-Huberman contestaba así a una de sus preguntas:

“Cuando vine por primera vez me ofrecieron la posibilidad de traducir uno de mis libros y, naturalmente, propuse Le danseur des solitudes, un libro escrito a partir de Arena, el baile flamenco de Israel Galván, y que es un recorrido por la imagen en movimiento muy enraizado en la tradición: Juan de la Cruz, José Bergamín, Federico García Lorca… La respuesta no fue sobre el libro. Me dijeron: «No, de flamenco no». Así que (…), sigue habiendo sitios anti-flamencos. Pero, sigue diciendo, a mí lo que me interesa del flamenco es precisamente su posición anti-Bellas Artes, es decir, su manera alternativa de componer las relaciones entre las artes.”
Y añade: “A mí lo que me interesa es que esas cuestiones académicas –porque, al fin y al cabo se trata de la Academia, pues así se crearon las Bellas Artes– no existen en el flamenco. El flamenco no tiene el rigor de la Academia, tiene el de la Peña, que es otra cosa…”

Claro, porque el flamenco no tiene escuela, es un arte analfabeto y eso es lo que lo enriquece y le da vida; también el hecho de no tener un origen claro, si es que existe el origen en el sentido de principio, no en el del “salto a la autenticidad”, que sería el Ursprung, según el autor, y del que el flamenco sí que participa plenamente.

Pues bien, como representante de Pre-Textos y como aficionado al flamenco me alegro por partida doble de que el libro de Didi-Huberman haya acabado formando parte de nuestra “Peña”.

Como bien dice Georges Didi-Huberman hay, sin duda, lugares anti-flamencos, pero que no sólo son las Academias, añadiría yo. Pues cierta progresía bienpensante en España, me refiero a esa progresía políticamente correcta, a esa intelectualidad de izquierdas marcadamente nacionalista, ha identificado siempre el flamenco y los toros con el franquismo, pero nunca ha tenido en cuenta, como tuvo en cuenta en su tiempo Georges Bataille y bien nos señaló Didi-Huberman en su conferencia “En el ojo de la experiencia”, que mientras las juventudes hitlerianas desfilaban marcialmente por Viena, en España se seguía bailando y cantando flamenco, esa especie de “exasperación salvadora”, en palabras de Bataille. Tampoco ha sabido comprender esa intelectualidad española que el cante y el baile jondos no son tópicos, pues dos de las virtudes del flamenco, que le permiten seguir estando vivo son, aparte de su extrema riqueza formal, su carácter utópico e intemporal. Con ello no estoy, como se imaginarán, rompiendo una lanza a favor del franquismo, sino, muy al contrario, a favor del pueblo español a pesar del franquismo, pues aquélla fue, y sigue siendo, la forma de expresión sincera de su “angustia culta”.

Decía que me alegraba por partida doble. Por un lado, porque considero que en la Peña Pre-Textos ha encontrado El bailaor de soledades su espacio natural. Creo que se halla, en la colección en que ha aparecido, muy bien arropado, por tratarse ésta de una colección de filosofía, y por encontrarse junto a autores como Agamben, Deleuze, Foucault o Bataille . Pero también debe, sin duda, sentirse a gusto compartiendo las soledades de otros autores que configuran el resto del catálogo de la editorial y me refiero muy concretamente a José Bergamín y a Ramón Gaya. (De ambos, dicho sea al margen, publicará Pre-Textos en breve su Poesía y su Obra Completa definitivas, respectivamente).
El otro aspecto de mi alegría lo constituye el hecho de que, gracias a este libro, que ha encontrado, como digo, su espacio natural en esa colección de pensamiento, y tal vez como consecuencia de ello, vocación editorial y afición flamenca se hayan hermanado en una química perfecta, nada forzada.

Nos decía Patricia Molins –comisaria, como sabrán, junto a Pedro G. Romero de la exposición sobre flamenco del Reina Sofía– en “Cuerpos (re)presentados”, su ponencia en el seminario “El flamenco, un arte popular moderno”, que paradójicamente los españoles hemos ido construyendo nuestra propia identidad a partir de la invención extranjera de “lo español”. Por supuesto, ¿qué sería si no del flamenco sin Francia? Y esto que digo no es una boutade. Después del libro que hoy presentamos, ¿podremos acaso seguir hablando de Israel Galván sin las aportaciones que, para el esclarecimiento de su arte –y no sólo de su arte–vierte Didi-Huberman en estas páginas? ¿Hay acaso hoy en día en España alguien –aparte de Pedro G. Romero, al que creo muy capaz– que tenga el atrevimiento y la capacidad de tratar el baile y el toreo en los términos en que lo hace el autor en este libro? No olvidemos en este punto que sí ha habido españoles que han pensado España por dentro, aunque, claro, desde fuera, es decir, desde el exilio, como Bergamín y Gaya. Y es que pensar ha de hacerse siempre con cierta distancia, siempre “recibiendo”. Por lo demás, la forma que tiene Didi-Huberman de tratar en su libro la figura de Israel Galván es también atípica, no es la del filósofo avant la letre, no. El pensador norteamericano John Sallis dice en una entrevista:

“El filósofo debe estar atento a las obras de arte, a las obras concretas, y no sólo quedarse en la construcción de teorías acerca del arte y contentarse con mencionar unos cuantos ejemplos. El filósofo debe involucrarse con la obra de arte y esto significa aproximarse a ella descriptivamente.”
Y en la misma entrevista nos habla también de “Lo importante que es el que la filosofía recupere conceptos para el arte contemporáneo.”

Pues eso es, precisamente, lo que hace Didi-Huberman en El bailaor de soledades: Involucrarse hasta las heces en el meollo del arte y de la cultura españolas a través de la figura de Israel Galván con la intención de poder establecer nuevos conceptos para la estética contemporánea, con al menos tres de ellos: “jondura” (vid., por ejemplo, las pp. 67 y 78 del libro), “temple” (vid., pp. 145, 146 y 155) y “remate” (vid., pp. 97 y 118), aunque también estén tratados hasta la minucia otros conceptos como: “el plante”, “el perfil”, “el pase”, “la parada”, “las suertes”, “el fantasma”, “el duende” (vid., p. 123n), “el disloque”, que van jalonando el texto de principio a fin.

Pero, ¿qué es lo que tiene el baile de Israel Galván que tanto nos fascina? Porque es verdadera fascinación lo que se siente cuando uno no puede apartar la vista de él mientras actúa; como cuando uno mira a solas el fuego durante horas sin que nunca llegue a cansarle el dinamismo de las llamas, ese hacerse y deshacerse en suaves libaciones, también en bruscos requiebros o en súbitos chisporroteos. Su baile nos suspende, nos mantiene en vilo, sí, nos fascina. Y ese poder de fascinación no se sabe muy bien de dónde lo saca, con esa aparente falta de “gracia” que destila a veces.

Convengo aquí con Didi-Huberman, pero también con Ramón Gaya cuando escribe sobre Pastora Imperio y con Giorgio Agamben, claro, en que lo que estamos viendo cuando Israel Galván sale a escena “(…) no es, todavía baile, sino acaso el lugar, la creación del lugar en donde el baile va a suceder”. Algo “que sólo puede darnos lo que sucede en el tiempo (…) y que, sin embargo, no pertenece a él”, que cuando nos abandona nos deja solos –y sigo citando a Gaya–, “despojados”.

Pues bien, esa especie de hiato, de grieta espacio-temporal es la que nos mantiene, en todo momento, en suspenso cuando asistimos a sus actuaciones. Con otros bailaores el espectador puede adivinar, incluso saber, cuál va a ser el siguiente paso de danza; no así con Galván. Con Israel vemos diluirse y recomponerse el cuerpo en movimiento, enfrentado a una soledad inefable, a una soledad propia y común a un mismo tiempo. Concluyo, para ilustrar esto último, con una nueva cita del gran “pájaro solitario” que fue Ramón Gaya: “A la soledad la necesitamos todos sin remedio. Claro, que el artista, el creador, la necesita más que nadie, ya que en ella –y sólo en ella–, en su concavidad vacía, es donde el creador lo encuentra todo (…) Sí, todo aquello que vamos logrando ser –en la vida y en la obra de creación– se lo arrancamos muy penosamente a la soledad. La soledad no nos da nada (y no por ser avarienta, sino porque ella misma no dispone de nada ni es nadie), la soledad está ahí, sin más, quieta, fija, fidelísima, sordomuda, permitiéndonos ser nosotros”. Es de la “concavidad vacía”, de ese no lugar sin tiempo, de donde Israel Galván, con sus soledades sonoras a cuestas convierte su baile en presencia, para después, abandonarnos. Lección e vida y muerte.

Hasta aquí sólo he pretendido que mis palabras y las de otros destilasen un ligero aroma de lo que es el libro que presentamos, pero le insto a que lo lean y aspiren la riqueza de matices que de él emana. Y les aseguro que no les van a resultar nada exóticos, bien al contrario, muy familiares.

Cuando se cumplió el 25 aniversario de la Peña Pre-Textos –estoy hablando exactamente del año 2001–, publicamos un libro conmemorativo para cuya confección se invitó a algunos escritores que ya formaban parte de la Peña junto a otros escritores amigos, que aún no formaban parte de ella, para que cada uno aportase un texto inédito en forma de relato. El libro vino a intitularse Nosotros los solitarios. Pues bien, ahora nos sentimos muy orgullosos de haber podido incorporar a esta Peña de los Solitarios, que es Pre-Textos, a dos nuevos miembros: Israel Galván y Didi-Huberman.

Gracias, Georges, por habernos sabido dar tanto en tan poco y gracias también, cómo no, Israel, porque sin la capacidad de fascinación de tu prodigioso arte, Didi-Huberman jamás habría escrito este libro. También dedico mi agradecimiento desde aquí hasta París, donde se encuentra ahora, a Dolores Aguilera, que ha sabido poner magistralmente en pulcro y magnífico castellano las atinadas palabras de Didi-Huberman. También a todos los demás que han contribuido a su realización y a Miguel Ángel García, estupendo anfitrión de estas jornadas y, cómo no, a todos y cada uno de ustedes.