América constituye para mí una pasión y sólo tendría que remitir al lector al catálogo de Pre-Textos para dar fe de ello. En él se puede escuchar el eco de poetas como Olga Orozco, César Vallejo, Alberto Girri, Roberto Juarroz, entre los que ya se han ido; pero también el de Blanca Varela, Eugenio Montejo, Darío Jaramillo Agudelo, Jorge Eduardo Eielson, Jaime Jaramillo Escobar, Javier Sologuren, Hugo Mujica, Cintio Vitier, Arturo Carrera, Fernando Charry Lara, José Emilio Pacheco, Antonio Cisneros, Francisco Segovia, Manuel Ulacia; de narradores como Antón Arrufat, César Aira; de músicos como Salvador Moreno y Natalio Galán o el eco de estudiosos de su literatura como José Olivio Jiménez…; y se escucharán los de Juan Sánchez Peláez, Gonzalo Rojas, Carlos Germán Belli, Francisco Hernández, Eduardo Mitre, María Negroni… y, espero, muchos otros. Junto al ya recurrente del para nosotros muy esencial y central poeta, que funge desde las dos orillas, Tomás Segovia.
Ya en los momentos inaugurales de nuestra aventura editorial se tuvo en cuenta a América. Debería encontrarse entre los objetivos primordiales de todo editor literario e independiente, que no sea indiferente a nuestra lengua, la necesaria difusión, en la medida de las posibilidades de cada uno, del vasto panorama de la literatura escrita en el español de América. En gran parte desconocido, a contrario de lo que creemos, en España. Sería oportuno decir, para refrescarle la memoria a quien no quiera recordarlo, que al que esto escribe le cupo escuchar de boca de gentes, que hoy lo negarían, tanto en foros públicos como privados que la poesía que se hacía en América era palabrera, ininteligible, de espaldas a la «línea clara que debía distinguir a toda buena literatura» y, en consecuencia, de todo punto falta de interés. Vamos, como si los sempiternos españolitos de turno tuviéramos la patente de corso de la autenticidad en materia de literatura. Dichos disparates, y siento decirlo, no han sino señalado una vez más la profunda ignorancia de una parte importante de nuestra república de las letras y el grado de dogmatismo estético que siempre ha parecido querer presidir el debate literario en España. Para mayor abundancia de datos, sólo habría de asomarse quien opine lo contrario a las hemerotecas, y comprobar el caso que se le hizo y aún se le hace hoy a la literatura latinoamericana –al margen de booms y otros marbetes encaminados exclusivamente a vender el producto de turno– por comparación al que se le presta hoy, por servidumbre de las modas, a la anglosajona o centroeuropea.
Somos de la opinión que todavía a principios del siglo XXI sigue perdurando cierto desconocimiento, falta de información, en suma, entre las dos orillas, a estas alturas poco disculpable, puesto que la lejanía geográfica no puede ya ser excusa de indiferencia. Podríamos añadir además que ha habido cierto aire de superioridad por nuestra parte cuando hemos evaluado lo americano, a no ser que se quiera vender, como ha sido una tendencia guadianesca desde el ya mencionado «boom» a nuestros días, una literatura por el cansancio impuesto a los lectores patrios a causa de la proliferación indiscriminada de autores propios y ajenos de más que dudosa solvencia literaria. No deberíamos tampoco tener inconveniente en reconocer que los escritores de América han puesto sus libros, en muchas ocasiones obligados por las profundas crisis por las que pasaban sus países y en consecuencia su industria editorial, en manos de los colegas españoles sin encontrar la más mínima reciprocidad. Hay algo que lo puede explicar en parte, y es la organización de la vida editorial, que en España, hasta la fecha, ha puesto mayores trabas al autor hispanoamericano, si no ha sido sancionado previamente por alguna de las tribus literarias de allá o de acá. Pensamos en la importancia que tuvo el juicio de la crítica francesa, por ejemplo, para favorecer la difusión del «boom» en los años sesenta/setenta. A ello han colaborado sin duda las circunstancias del comercio de libros existente. Con todo, tales diferencias estructurales deberían haber acabado por llevar a las esferas oficiales una preocupación mucho mayor de la que parecen compartir. El caso es que América ha demostrado una situación de escucha más favorable hacia el libro español, pese a ciertos prejuicios residuales y a los arrequives administrativos por parte de sus respectivas autoridades, que España respecto a lo que acontece al otro lado del Atlántico.
El que es capaz de contemplar sin ideas preconcebidas ni resabios de superioridad el panorama de las letras americanas del pasado y del presente de habla española siente, a la vez, con la más viva agudeza, la variedad en la unidad, y acaso ésta de modo más profundo todavía. El que lo mira desde un país americano ve, ante todo, la diversidad; no ya porque se sienta distante de España, sino porque se siente, al mismo tiempo, distinto de los demás en su propio continente.
Nosotros jamás editamos a un poeta mexicano por ser mexicano, del mismo modo que no lo hemos hecho con las escritoras de nuestro catálogo para cubrir un cupo femenino, sino simplemente porque aquello que había escrito nos parecía lo bastante importante como para ponerlo al alcance del lector español. No hemos dejado de insistir en la importancia capital que tiene, al margen de la vacua retórica oficialista, tanto para España como América el tratar de acercar las dos orillas aun por modestos que sean los medios de los que dispongamos. Y no estaría de más añadir que nosotros, a contrario de otros «más afortunados», no hemos contado con un solo apoyo institucional. «Orfandad» que nos ha permitido, por otro lado, movernos con total y absoluta libertad sin tener que pagar «peaje» de ningún tipo a nadie. Todo lo que ha hecho Pre-Textos hasta la fecha ha sido a través de su exclusivo esfuerzo y de sus propios recursos. Es posible que con nuestra actitud hayamos contrariado al stablishment cultural que vive muy bien con la retórica «hispanística» o de la hispanidad, sin comprometerse, por otro lado, jamás a fondo.
Editar a autores latinoamericanos no santificados ni críticamente consensuados conlleva y conllevará siempre un grave riesgo mercantil, pero dicho riesgo, si la importancia de sus obras lo merece, no sólo será una obligación moral en el editor que se considera independiente, sino a la larga también un placer. Nada me puede satisfacer más que contemplar, desde la perspectiva adecuada a los años transcurridos, cómo muchos de los autores por los que apostó la editorial Pre-Textos sin apenas apoyo crítico ni mediático hoy constituyan valores indiscutibles de la literatura en español. A veces, todo hay que decirlo, se ha tenido que esperar tanto que por desgracia el reconocimiento les ha alcanzado a muchos de ellos, muy a nuestro pesar, con carácter póstumo.
Creo que Pre-Textos cuenta en su acervo editorial con parte de la mejor literatura que se ha escrito en español en los últimos veinticinco años en América y ello nos enorgullece y nos estimula para seguir nuestra labor en el futuro. Labor que tal como ha venido realizándose hasta la fecha también se ha desarrollado en el terreno de lo estético –jamás hemos atendido a las modas– desde la más radical independencia. Tan digno de editarse resulta un Octavio Paz como un Jaime Sabines, a pesar de que éste no haya contado con un apoyo mediático tan importante como aquél. Tengo para mí que hemos tratado de cultivar una memoria cultural entre los lectores gustosos y libres de los prejuicios que la industria y la política intentan por todos los medios de imponerles. Si el mejor libro, tal como he repetido hasta la saciedad, que puede escribir un editor es su catálogo, éste compromete esa memoria con una lengua, el español que sobrepasa los estados. Porque el idioma español lo constituyen tanto las cadencias exóticas que se pueden escuchar en la selva amazónica como el dulce castellano del Caribe o el refinado de los criollos andinos. Nuestro idioma nos conecta a un recuerdo exquisito, pero el idioma español del nuevo mundo, tal como diría un buen amigo mío de Colombia, es una forma que predice una inteligencia áspera en sus sabores y vital, desafiante. De ahí que la editorial Pre-Textos no sólo se ha venido esforzando por incorporar a su catálogo la labor creadora de escritores americanos sino también su labor traductora. A pesar de los obstáculos que a este respecto se nos interponen por esa suerte de arrogancia, reflejo de la más crasa ignorancia, de creernos poseedores y garantes únicos de la pureza de un idioma que no nos pertenece en exclusiva y que deberíamos saber compartir no tanto como un vehículo puramente comercial, sino como testimonio de un antiguo amor o de un no menos antiguo empeño, a lo peor no tan amoroso, pero sí de proporciones descomunales, tal como fue nuestra necesidad de prolongarnos vital y culturalmente más allá de esta orilla.