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Viaje al país de las almas, el libro que presentamos esta tarde, inaugura una colección que no pretende ser exclusivamente una colección de libros de fotografía al uso. Nuestra intención es poner en circulación una serie de libros, en la medida de nuestras posibilidades, en los que junto a la fotografía quepan otros espacios distintos, por ejemplo, el del viaje, la literatura o la etnología.
El libro de Jordi Esteva tiene a nuestro parecer el atractivo de aunar la crónica viajera con el trabajo de campo antropológico, la literatura con el carácter plástico de la fotografía. Dichas tres facetas funcionan además a lo largo de Viaje al país de las almas a un mismo nivel, de modo que acaban complementándose y dando como resultado un documento excepcional. Su excepcionalidad radica sobre todo en que sigue la línea de un autor sensible a un mundo que desaparece y del que desea, necesita dejar constancia, sin tentaciones colonialistas de interpretaciones intelectualoides, como documento vivo de la riqueza y diversidad de una realidad cambiante que por más que se quiera uniformizar se resiste a abandonar su diversidad y lo que cree y siente como su verdad de origen. A mí como lector me emociona especialmente ver cómo Jordi Esteva se sumerge en esa realidad y cómo emerge de ella ayudado por su experiencia inefable, estimulándonos a que sigamos siendo testigos de un mundo que, aun en clara recesión, por fortuna todavía tiene la capacidad de renovarse frente a nuestros ojos. A miradas como la de este autor quizás le debamos en el futuro las últimas imágenes de un mundo que por creerlo periclitado no deja de ser menos verdadero y que de seguro, una vez haya desparecido ­–y esperemos que sea tarde o nunca– añoraremos como añoramos el ocaso de determinadas culturas míticas.
A nuestro juicio, Jordi Esteva no plantea tanto una reivindicación como un testimonio, testimonio desnudo de algo que hemos olvidado y debería sernos tan cercano –créanme que lo digo sin solemnidad alguna– como la vida.