Por Javier Alonso Sandoica, Alfa y Omega.
Es que no podía haber sido de otra manera: con palabras muy templadas hubiera vuelto asu vida de holganza. Carlos de Foucauld era un majadero destartalado a quien no le importaba reírse en las narices de sus superiores militares. Le gustaba la aventura por su intrínseco placer, era un devorador de sí mismo, un carroñero ávido de libros, mujeres y fiestas.Pero cambió. Dejó pasar a Dios y empezó a vivir.
Ver reseña completa aquí