Por Manuel Arranz, Levante, Posdata.
Del mismo modo que es el futuro el que prefigura el pasado, la forma de narrarlo, de comprenderlo, incluso, si me apuran, la forma de vivirlo, no es la infancia la que prefigura la edad adulta como se suele decir, sino al revés. El niño que fuimos, como el pasado, no está muerto, sigue en nos-otros agazapado, y de cuando en cuando, cuando menos se lo espera, da señales de vida. Una mirada asombrada, un entusiasmo repentino, un sobresalto incontrolado, una herida inesperada, suelen ser señales inequívocas de que sigue ahí, de que no se ha ido, de que nos acompaña aunque en ocasiones nos avergoncemos de él…
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