Estamos en crisis. Todos coinciden en que el mundo editorial en nuestro país está en crisis. A decir verdad llevo oyendo esa letanía desde que accedí, hace ya más de 25 años, al mundo de la edición. La gente, se dice, no entra en las librerías, cada vez les cuesta más. Nuestros jóvenes no demuestran, se dice también, el más mínimo interés por la cultura escrita.
Nos lamentamos y nadie parece querer poner solución a esa pretendida, que no imaginada, crisis. ¿Dónde está la reivindicación del recurso a la imaginación? Nadie parece querer arriesgar ni un ápice del lugar que ocupa en el mercado ganado a pulso. Todos queremos, como es natural, vender más, ninguno, sin embargo, se pregunta sobre las posibles nuevas estrategias a seguir.
El mundo de la edición en España es especialmente complejo, siempre lo ha sido. Hoy, tal vez lo sea aún más. Antes, cuando la industria del espectáculo no era omnímoda ni omnipresente, parecía como si los objetivos y las estrategias a seguir estuviesen más definidas, fuesen más concretas, y apuntasen, para cualquier buen editor literario, a un solo objetivo: la buena literatura. Bien es cierto que la oferta era mucho más restringida y había grandes lagunas aún por cubrir en el panorama literario hispano que facilitaban la tarea del editor. Con la industria del espectáculo esta figura del editor liiterario fue quedándose poco a poco en los huesos y, hoy en día, si es que no ha muerto ya de inanición, parece circunscrita al tesón de unos cuantos autores y editores que aún creemos en la verdad literaria, con todo lo que ella conlleva de renuncia a lo banal, de análisis, de respeto a la memoria, de deseo, de obediencia a la realidad, de responsabilidad y abocación a la vida, en suma. Cualquier tiempo pasado nunca fue mejor, no nos confundamos.
Lo que quiero hacerte notar con lo anteriormente expuesto es que esas necesidades reales que la literatura está llamada a satisfacer siguen y seguirán siendo básicamente las mismas, sólo que, de un tiempo a esta parte, y por exigencias de la propia industria del espectáculo, han quedado relegadas a un segundo plano. Digamos que el contexto ha variado, se ha desarrollado gracias a una nueva estrategia, pero no ha evolucionado en función de esa estrategia, pues de lo contrario, no estaríamos inmersos en la tan cacareada crisis. ¿Qué es entonces lo que de verdad está en crisis? La crisis no es más que una crisis de desarrollo, no de evolución, ya que uno sigue viendo entrar a gente en las librerías, leyendo a jóvenes autores en cuyo futuro cree, siendo convocado en foros universitarios, sobre todo de América, para hablar desde su condición de editor literario de la cultura, y sigue desde luego, creo que junto a otros muchos, disfrutando en su intimidad la lectura de un buen libro, ejemplos nunca faltan en las mesas destacadas de las buenas librerías de fondo pese a la dictadura de la novedad.
En toda esta «crisis» juegan un papel esencial distintos factores y, en especial, el de la aceleración, que debe nutrirse del diseño de valores vacuos y falsas necesidades ante la falta de perspectiva a la hora de pronosticar un futuro y sentar las bases para su cabal cumplimiento, tratando de adelantarse al futuro mismo haciendo de la sociología necesidad y de la renuncia a la vida artificialidad, porque, en definitiva, eso es lo que vende.
Este desarrolismo salvaje conllevaría menores índices de crispación, sería menos «crítico» si al menos sirviese para sus propios fines, pero, ¿no será que sólo sabe apuntar medios que no conducen a ningún fin concreto más allá del puramente crematístico en un momento en que al hombre común y al común de los hombres se le plantean más interrogantes que nunca?
Si decides, pues, hacerte editor, no incurras en el error de hacerlo sin ton ni son, no hagas de tu labor un paisaje sin horizonte y si ese horizonte no lo vislumbras, no importa, aférrate a la vida y busca en cada momento los fines concretos a los que se encaminen tus pasos, sin olvidar lo desandado.