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Queridos amigos:

Nos ha alegrado mucho vuestra carta. Siempre es motivo de alegría saber que el trabajo que hace uno le puede interesar a otros.
Nosotros, como vosotros, también estamos metidos en esos dos mundos que mencionáis. El de lo fantástico -no hace falta irse lejos- siempre está a nuestro lado, lo difícil, a veces, es saber encontrarlo. Para ello necesitamos permanecer atentos. Atentos a lo que pasa a nuestro alrededor. Saber escuchar es más importante de lo que creemos. Quién nos dice que el pájaro que pía en una rama cercana no nos está diciendo algo. Hay que aprender a escuchar. A escuchar lo que pasa fuera y dentro de nosotros.
En el sitio más insospechado nace la sorpresa, y la sorpresa muchas veces nos la da algo cercano en lo que no nos habíamos fijado antes. Por ejemplo, una tarde que estaba solo, después del trabajo, en mi despacho, me habló un libro. Sí, no hizo falta que se me dirigiese con su voz. Lo hizo a través de una foto que tenía en la cubierta. En dicha foto había una niña con cara muy triste, cubierta con una chaqueta de un adulto, y con la cabeza apoyada en un saco. Me inquietó esa imagen, su mirada perdida, y quise saber de qué iba el libro. Contaba una historia de unos niños que por motivo de una guerra sin sentido, como todas las guerras, se vieron obligados a separarse de sus familias y a viajar a un país extraño a fin de poder salvar sus vidas. La niña de la foto era uno de aquellos niños. Algunos de ellos regresaron a su país una vez terminada la guerra para encontrarse con sus padres. Otros con menos suerte, ya que quedaron huérfanos, permanecieron en el país de acogida y fueron adoptados por otras familias que los educaron como si fueran sus propios hijos. Dichos niños crecieron y ya ancianos desearon volver al país en el que habían nacido. Alguno se quedó, la mayoría regresó porque ya no sabían a qué lugar pertenecían. Lo peor de las guerras, después de la destrucción y muerte que crean, es que nos separan de aquello que queremos. Esa niña con cara triste y la cabeza apoyada en un saco me estaba diciendo todo eso, y una cosa más importante: que cualquier esfuerzo que hagamos por evitar las peleas entre unos y otros será siempre poco. Así me habló esa tarde aquel libro a través de aquella niña.
La primera de vuestras preguntas tiene una contestación fácil. Para escribir un libro imaginario se necesita eso, imaginación. Pero no sólo ella, sino también -eso nunca está demás- mucho amor. Nadie que no sepa querer a los otros podrá escribir una sola línea de un libro que sea importante para los otros. Todos escribimos para que nos lean, para que nos entiendan, para que nos quieran. El amor a los más cercanos, a nuestros hermanos, a nuestros amigos, a nuestros vecinos… (y en esos puntos suspensivos cabe la humanidad entera) nos ayuda a entender y a hacernos entender.
Lo anterior tiene que ver con vuestra segunda pregunta. Nosotros empezamos tan pronto a publicar libros porque pronto aprendimos que la mayor riqueza que teníamos era la amistad y que ésta era un medio para hacer amigos y para que los amigos aprendieran a quererse más los unos a los otros. Cuando uno se adentra en el mundo maravilloso de la imaginación, que siempre hay en un libro, uno empieza a saber que es también más libre. Los libros nos ayudan a conocer, a saber de países y personas de otras tierras. Con un libro puede uno viajar por todo el mundo sin moverse de una butaca. Con esto último contesto a vuestra tercera pregunta.
Yo os recomendaría todos nuestros libros, puesto que nuestros libros son como unos hijos y a los hijos los quiere uno a todos por igual. Pero como sois niños yo os recomendaría el libro de un autor, que por cierto, sé, está esperando que llegue vuestra carta al país lejano donde vive para contestaros, que se llama Darío Jaramillo y que está dedicado a los gatos y que se titula eso, Gatos.
Respecto a vuestra última pregunta, ¿qué es lo que pasa desde que alguien escribe un libro hasta que lo podemos comprar en una librería?, puedo deciros que una vez escrito el libro y corregido, uno tiene que estar muy seguro de que ese libro puede serle útil a los otros para vivir. Una vez sabido esto, se va a una editorial y se lo presenta al editor para su lectura. Si al editor le gusta lo publica, y si no le da una explicación al autor de por qué no puede editarlo. En caso afirmativo, el editor le pasará el manuscrito a una imprenta, ésta lo imprimirá, lo meterá en cajas y mandará esas cajas a las distribuidoras; y las distribuidoras, que son empresas de reparto, las llevarán a las librerías para encontrarse con vosotros, los lectores. El libro, aprovecho para decirlo, es muy importante para todos nosotros, vosotros los lectores y nosotros los editores. Sin ellos no sería posible nuestro encuentro.
Espero de corazón haber contestado con claridad a todo lo que me pedíais y espero también conoceros algún día. Estáis invitados a visitarnos cuando queráis y a que sigáis preguntando todo lo que deseéis.

Un saludo de amigo a amigos,
Manuel.