Cajón de Dante, sección dominical con cadencia quincenal, es una galería de textos de diversos estilos, géneros y tendencias, en que se mezclan de manera plural diferentes autores y temas. La finalidad es dar a conocer trabajos literarios de autores Pre-Textos que por distintas razones todavía no han sido publicados y que reposan en los cajones de los escritorios de sus autores o en los de la propia editorial.
En esta undécima entrega presentamos dos poemas de Un sudario, libro inédito de Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) de próxima publicación en la Editorial Pre-Textos. Como nos sugieren las palabras de Francisco-Javier Hernández Adrián, profesor de la Duke University, es “un poeta raro, en absoluto predecible, que muestra cómo la poesía, en esta voz poética, celebra de manera extraordinaria la vida del lenguaje, de la imaginación y de la más íntima verdad”.
NO ES EL VIENTO QUIEN HABLA
Y después de morir desmantelaron
la casa en que vivía. Donde estuvo
tendido, retorciéndose, mi cuerpo,
y enseguida cadáver, asquerosa
materia a la que nadie, en vida,
pudo nunca amar,
se acumulan ahora los cubos con que limpian
el suelo en que caí,
la grasa acumulada
de los años inútiles, los vómitos,
las heces, el esperma que en piel
alguna se vertió, la podredumbre
que fui ya desde el vientre de mi madre.
Se asoman mis parientes,
con sus miradas ácidas,
a ventanas que siempre
mantenía cerradas.
Nada valen los muebles, pero ellos
ya los han retirado para usarlos
en sus sucias covachas.
Duró poco su llanto, porque poco
duran las lágrimas forzadas.
No pude resistir. Luché
con el volumen de mi cuerpo,
dejaba de comer durante días.
Luché contra los rasgos
deformes que heredé de mi deforme
familia. Compensé con pasión,
con sonrisas difíciles, ilusas,
con ánimo, con vida,
la muerte, el desamor
que siempre me rondaron.
He estado a punto de cumplir los treinta.
Lo único que queda, pero ya no sé dónde,
es el amor que di a quien no pudo amarme.
(David)
LUNA DE ESTE VERANO
Para Adrián
He pensado, después
de estos dos o tres días en que el cielo
albergaba una luna más cercana,
más pura o encendida,
que el poema vendría por sí solo,
que bastaba esperarlo sin pensar en la espera,
como en las tardes de lectura
o de siesta indolente
una voz, al teléfono, nos propone una cita
para esa misma noche,
un encuentro que casi no esperábamos
en un bosque azulado por la luna.
Pensar que las palabras
están ahí, flotando, en algún
lugar del cuerpo solitario
o en un hueco del aire que nos mece
es acaso ir muy lejos y olvidar
que el silencio es la lengua de las cosas.
La luna sin palabras, ¿no es quizá
más bella y verdadera,
igual que en un encuentro entre los pinos
las miradas, los roces, los alientos
son parte del rumor del bosque,
palabra más allá de las palabras?
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