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Cajón de Dante, sección dominical con cadencia quincenal, es una galería de textos de diversos estilos, géneros y tendencias, en que se mezclan de manera plural diferentes autores y temas. La finalidad es dar a conocer trabajos literarios de autores Pre-Textos que por distintas razones todavía no han sido publicados y que reposan en los cajones de los escritorios de sus autores o en los de la propia editorial.

En esta segunda entrega, os ofrecemos dos poemas inéditos de César Antonio Molina (La Coruña, 1952) que pertenecen a sendos libros aún en proceso de construcción; ambos nos conducen a la descreación y a la antigua Grecia, a la desnudez y a la belleza clásica.

Descreación

creación
redención
salvación
no hay nada
en la creación
que no esté
destinado
a perderse
a cada instante
se pierde
se olvida
sin piedad
la memoria
Iblis
con ojos sólo
para la creación
no deja
de llorar
la obra
de la creación
todo lo
perdido
es de su
Señor
obras olvidadas
signos
palabras
ilegibles
cuerpos
destrozados
la belleza
perdida
la obra de la
salvación
sola
imborrable
quedarán
redención
salvación
creación
des
creación
salvación
insalvable
ser
no
ser
puntuales
a una cita
a la que
sólo
es
posible
faltar

Sentado en el teatro griego de Tahormina

¡Pronto te amé, belleza tan antigua y tan nueva!
¡Pronto te amé!
Tú dentro de la historia y yo fuera,
al margen de cualquier tiempo.
Allí me buscaba y, cansado, caía de bruces
contra todo lo hermoso conservado de siglos.
Conmigo estabas tú, y contigo no estaba yo.
Sentado en lo más alto, en una de las gradas permitidas,
me pongo a contemplar a la gente. Son los actores
del gran teatro del mundo. Personas como yo
que han arrastrado hasta aquí todas sus inquietudes.
Cada uno asumimos un papel para interpretar.
Entre ellos veo al joven que fui entrando por vez primera
a este escenario donde ahora ensayo el mutis.
Cargado con una mochila iba repleto de ilusiones.
Nunca pensé llegar tan lejos, pero a donde llegué no iba,
y a donde iba aún no he llegado. La vida es así,
a veces te da el papel que no quieres,
pero lo interpretas con tanto ardor que se te adjudica.
“¿A dónde nos lleva recorrer, una y otra vez, caminos difíciles?”
clama San Agustín en las Confesiones.
Aquel joven camina alrededor de la amplia cávea e
inmediatamente, inicia la misma ascensión que yo termino
de llevar a cabo. Luego se sienta muy cerca.
¿Me atrevería a prevenirle?
¿Me atrevería a cambiarle su rumbo?
Me inquieta esta presencia.
Me levanto, busco otro asiento más lejano,
y él vuelve a seguirme. “¡No me busques más!” me gustaría
decirle a ese compañero inesperado. El entonces se levanta,
recoge su impedimenta y se dispone a bajar las escaleras
sin darme tiempo. Viejos mis días pasan y no sé
de qué modo detenerlos. Me perdí y me acordé de aquel
que fui aquí mismo, oí mi propia voz a mi espalda:
¡que volviese! me decía.
“He vivido, he consumado la carrera
que me había asignado la fortuna”,
le hace decir Virgilio a la desgraciada Dido.
Como una obra teatral, así es la vida: importa no el tiempo,
sino el acierto con que se ha representado. No atañe a la cuestión
el lugar en que termines, termina donde te plazca,
tan sólo prepara un buen final. Séneca lo hizo.
¡Pronto te amé, belleza tan antigua y tan nueva!
¡Pronto te amé!
Tú dentro de la historia y yo fuera, al margen de cualquier tiempo.
Allí me buscaba y, cansado, caía de bruces
contra todo lo hermoso conservado de siglos.
Conmigo estabas tú, y contigo no estaba yo.
Corazón ¿a dónde podría huir de mí mismo?
¿Adónde no dejaría de seguirme?
¡Oh cuán bien nos iría si nos dijéramos adiós!
Pero cualquier viaje no te exonera de perseguirte,
ora esperando, ora desesperando, ora extraviándote.

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