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Hoy, como cada lunes, volvemos a presentaros un ejemplo de librería que, por su labor, su oferta y sus criterios propios, constituye una excepción en el panorama nacional e internacional de las librerías literarias.

El homenaje de hoy es para la librería Metales Pesados de Santiago de Chile, que celebra este año su décimo aniversario de la mano de sus dueños, el poeta Sergio Parra y su socia, la profesora de economía, Paula Barría.
Sergio Parra, cuya ajetreada vida tiene todos los tintes novelescos de los mejores cuentos de Bukowski, se trasladó con sólo dieciséis años de San Rosendo a Santiago para trabajar; allí empezó su periplo laboral y vital, en el que ha hecho de todo: desde ser vendedor de ropa, ayudante de rosticería o zapatero, hasta dedicarse a la literatura, escribiendo poesía o trabajando en librerías y editoriales, y por último, ya con su propia librería, encargarse del pabellón chileno en la Feria del Libro de Guadalajara del pasado año.

El Parrita, como lo apodan, siempre va de traje negro, camisa blanca y zapatos negros y brillantes, y es un pozo de anécdotas e historias desenfrenadas, intensas, rotundas. Quienes hayan pasado por Metales Pesados lo saben: te recibe y de pronto, sin que te des cuenta, empieza a contarte historias y recomendarte libros mientras a su lado su gato Truman dormita tranquilamente.
La idea de abrir una librería surgió de forma fortuita, mientras Parra y Barría iban caminado. “Veníamos de comer y hablábamos de hacer algo, de armar un proyecto. Yo estaba en plena crisis de los cuarenta. De pronto se me ocurrió: por qué no ponemos una librería. Y justo cruzamos la calle y el viejo local de la sastrería Rubinstein estaba vacío y con el letrero de SE ARRIENDA. Dos días después me junté con Paula y me preguntó cuánto me demoraría en instalar la librería. Le dije que quince días. Y así fue”, recuerda Parra.
La apuesta de abrir una librería “diferente”, en una zona del centro que estaba casi despoblada, se ha revelado como todo un gran acierto, ya que hoy el barrio muestra una actividad incesante, con cafés, restaurantes, bares y varias tiendas de ropa.

Hasta el nombre de la librería, Metales Pesados, que surgió tanto de la estética industrial de la que había impregnado el local el arquitecto Jorge Lobiano, como de un libro de poemas homónimo de Yanko González, era una apuesta arriesgada: “Era un nombre raro, pero pegó desde el primer momento”, relata Parra y añade: “Cuando armé la librería sabía que me iba a ir bien por una sencilla razón: si tenía tantos amigos, decía yo, ¿cómo la mitad no compraría libros? Ya con la mitad de los amigos que había hecho en los años ochenta, en los restaurantes, bares, cabarés, viajes, decía, con la mitad que comprara estaba salvado el mes. Y así fue”.

En esta década de andadura, la exitosa oferta literaria de Metales Pesados se ha basado entre otras cosas en importar a Chile todo aquella literatura de calidad en lengua española que estaba disponible en países limítrofes, como Argentina, México o Colombia, y de la que la librerías chilenas parecían huérfanas.
Con su librería a Parra le gusta romper moldes y salirse de las estadísticas: a pesar de la crisis admite vender más que nunca, y que el número de lectores de calidad sigue en constante aumento y por ejemplo, como dato sorprendente, asegura que “sí, la poesía se vende”, y que sólo de este género, en Metales Pesados se venden más de una docena de volúmenes diarios, tanto de autores consagrados como jóvenes.
Desde aquí, nuestros mejores deseos para la librería Metales Pesados y para sus lectores.
Que tengáis buena lecturas…