Para vivir precisamos no lo ficticio, sino lo necesario.[…] a don Quijote, para vivir,
le bastaba con lo ficticio. Lo necesario acabó con su locura, pero también con su vida.
Ésta es, si duda, la mejor novela de Andrés Trapiello. Si bien Días y noches, otra de sus novelas que a mí más me ha gustado, es, más que una novela, un hermoso relato, Los amigos del crimen perfecto tiene, sin embargo, todos los ingredientes de una novela, ajustados e inteligentemente dispuestos a lo largo de la acción narrativa.
La novela comienza con un tempo moroso en el que apenas reconocemos al autor salvo en pequeños detalles, muy suyos: determinadas referencias cervantinas como el nombre de la editorial para la que trabaja el escritor protagonista; la misma decisión de éste en abandonar su oficio de escritor de novelas policíacas a la manera del Quijote al renunciar a las novelas de caballería para lanzarse a la vida; las logradas descripciones de los primeros personajes que aparecen en escena o el carácter hilarante de algunas situaciones como la de la página 37.
Es muy importante lo del tempo en ésta y en cualquier novela. La morosidad de la primera parte en la de Trapiello es, claro está, intencionada y su intención no es otra que la de dejar claro, desde un principio, que no se trata de una novela policiaca al uso. Como bien nos dirá más adelante el autor, las novelas policíacas, por lo general, comienzan con un crimen, ésta no. Los arranques de las novelas negras o de las películas de cine negro actuales suelen ser trepidantes, éste no lo es, sencillamente porque no es una novela de serie negra sensu stricto. Su tempo es gradual como exige el cabal desarrollo de su trama para desembocar en la tesis, en la sustancia de lo que el novelista quiere comunicar al lector. Un crescendo sin el que resultaría imposible llegar a la última parte. Entre otras razones porque de no ser así no existiría novela. Es más, esa gradualidad es la que mantiene la intriga y la atención del lector en todo momento.
No hay, pues, desorden en la estructura de esta novela. Todo lo contrario, responde a una partitura muy bien pautada, entre otras razones porque sin ser una novela policiaca se debe a ese género y es éste, sin duda, uno de los géneros que más exige del autor un trabajo de precisión milimétrica, de relojería y del que Andrés Trapiello es bien consciente.
Para buscar un símil musical diría que Los amigos del crimen perfecto es como El bolero de Ravel pero sin tanto ritornello –o sí, según se mire–, y con un final sorprendente e inexcusable, como reza el texto de la contracubierta del libro.
Por otro lado Los amigos del crimen perfecto no es exactamente una parodia de las novelas de serie negra, yo diría más bien que se trata de un análisis posmoderno del género, es decir, ejercido desde dentro utilizando los recursos de éste a la vez que subvirtiéndolos, para concluir en algo diferente. Es, si me lo permiten, una inteligente metanovela policiaca.
Un grupo de conocidos constituyen el Club de los Amigos del Crimen Perfecto: el ACP, con sus siglas, sus normas, sus normas, su libro de actas, los nombres de guerra de sus componentes: Sam Spade, Marlowe, Maigret, el padre Brown, Poe, Perry Mason, Miss Marple, Scherlock Holmes, Nero Wolfe o Miles, la dama de negro, entre otros; e incluso con su propio anagrama: “Una circunferencia con intrincados viales”, parecido a “esos ideogramas que se ven en los letreros de los restaurantes chinos”. “Un laberinto que no desemboca en ningún lugar, sino que acaba en el mismo punto del que se parte.” Este ideograma se convertirá en emblema del trasunto de la novela, una trama que no llegará a resolverse del todo porque por ella fluye la vida y será la vida misma la que acabará imponiéndose, ya que “en la vida real hemos de vivir todos a medias, con las cosas descacharradas. . Ésa es la vida”, terminará diciendo Dora, la esposa de Paco Cortés. La imposibilidad de llegar al centro del laberinto es tal vez la imposibilidad de escribir esa maquinaria perfecta que es una novela negra cuando en ella se apuesta por la vida, cuando todo no está en función del destino de unos personajes de espaldas al caos de lo real. Si en una novela negra surge de verdad lo siniestro de lo real, lo que Freud denominó “das Unheimliche” (lo inhóspito),lo oculto toma entonces cuerpo y los esquemas se resquebrajan, la supuesta amistad de los componentes de un club lúdico se descompone, las apariencias que sostienen un equilibrio social se hacen trizas, el pasado irrumpe con toda su despiadada crudeza cuando la justicia ya no es posible. Para entonces sólo resta la venganza, el perdón o el arrepentimiento, o las tres cosas a un tiempo, aunadas en la imagen de lo que el autor, en boca de uno de sus personajes, da en llamar la “justicia poética”. De ahí que sea un gran acierto que el autor enmarque la acción de la novela en la España del 23-F y en un luctuoso asunto acaecido años antes, en 1960.
El 23-F es el retorno de lo reprimido, la memoria de cuanto parecía ya olvidado y a lo que no se hizo justicia. A este acontecimiento histórico no podrán sustraerse siquiera quienes no vivieron el pasado, ni los que se distraen en imaginar un crimen perfecto, ni los que escriben novelas policíacas.. Ésta es la gravedad que reviste el núcleo inaccesible de la novela, inaccesible por irresoluble.
“Siempre la guerra civil. Es como una mierda en el zapato”, dirá Maigret, el agente de la policía científica, miembro, a su vez, de la cofradía del Crimen Perfecto. Sí, siempre la guerra civil y siempre Auschwitz y siempre los crímenes del dictador chileno y siempre los asesinatos y las torturas de la junta militar argentina, siempre Ruanda y siempre el gulag y Milosevic con sus esbirros y siempre, siempre, siempre. Y ninguna novela , ni policiaca, ni siquiera social o testimonial, agotará o pondrá fin a este ritornello onírico, a esta pesadilla, porque no se ha hecho justicia y porque el testimonio de los muertos es imposible. Nosotros podremos perdonar, “pero nunca en nombre de los muertos”. Aunque, por otro lado, “ sin caos no hay novela ni literatura”. como afirma otro de los personajes en la que nos ocupa.
Literatura y vida, justicia y venganza son las líneas maestras de esta gran novela que da, y mucho, en qué pensar. Es, al mismo tiempo, una contribución importante al debate que viene suscitándose, tal vez más en otros países que en el nuestro, en torno a la literatura testimonial o comprometida o como deseen llamarla. La elección del género adoptado por Trapiello en esta ocasión no viene a ser más que un pretexto, una excusa para poder trazar una trama, muy bien urdida, capaz de situar al lector frente a una realidad que no debería resultarle en nada indiferente, por cercanía y porque en ella queda inscrita parte de su propia vida, la del autor y la del lector.
Y así nos dice el protagonista: “Las novelas policíacas son mentales, y la novela es algo que sale de la vida, no de una ecuación. Ha Habido grandísimos escritores policíacos, pero falta que nazca el mesías del género […] El que entone el más melodioso canto fúnebre de la novela al mismo tiempo que su canto del cisne”.
Y añade: “Mi infierno es no poder escribir una novela sólo mía; mi purgatorio es saberlo, y mi pobre cielo haber escrito treinta y tres novelas que han hecho felices a otros menos a mí”.