Por Ricardo H. Herrera

Es fácil decir con desapego que la muerte forma parte de la vida; algo bien distinto es sentir la muerte como cumplimiento, como puerto de arribo justo y necesario, con íntima conformidad, con expectación tranquila. Sólo quien ha templado su ánimo en las arduas pruebas del espíritu puede asumir ese hecho con libertad, no forzado. Tal la actitud interior de Mirella Muià, tal la fuerza que tensa la trama de La tela y otros poemas, un libro que además de someterse al riesgo interior que lo vertebra, es viva evidencia de los extraños caminos que la genuina poesía puede llegar a transitar hasta dar con la luz y concitar la atención. Dicha extrañeza radica en el hecho de que la poetisa italiana Mirella Muià ingresa al dominio público por mediación de una traducción: es desconocida en su propio país, no figura en ninguna antología italiana del Siglo XX. No obstante esa falta de reconocimiento, aparece traducida al castellano gracias a la feliz iniciativa conjunta de Pablo Anadón y la Editorial Pre-textos, lo cual torna probable que tras el insólito rodeo de darse a conocer a través de otra lengua, acabe por echar anclas en el puerto de su propio idioma.

Como no podía ser menos, también la vida de Mirella Muià tiene características singulares: nace en el sur de Italia en 1947, en Siderno, puerto de Calabria sobre el mar Jónico. Se establece en París a fines de los años sesenta y obtiene la licenciatura en Letras en la Sorbona, donde se desempeña luego como investigadora de Literatura Comparada desde 1977 hasta 1989. Por entonces, contrajo matrimonio, tuvo una hija y se le descubre un tumor maligno. En 1987 vive su conversión religiosa, el retorno a la fe de su infancia y adolescencia. En 1989 decide retornar a su tierra de origen. Desde el 2002 vive en la ermita de la Unità, junto a la iglesia de Santa Maria di Monserrato. En el 2012 fue consagrada monja eremita, y fundó allí la Orden del Eremo dell’Unità de la diócesis de Locri y Gerace.

En su pormenorizado y lúcido prólogo, Pablo Anadón incluye unas palabras de Muià que explican con sobriedad el cariz final que tomó su vida: “En la Sorbona me encontré trabajando lado a lado con algunos de los más importantes pensadores de la segunda mitad del Siglo XX, como Paul Ricoeur, Emmanuel Lévinas, Tzvetan Todorov, Alain Finkielkraut. Me sentía fascinada por su búsqueda de sentido y por la austera sencillez con que lo perseguían. Como ellos, también yo buscaba el sentido siguiendo caminos lejanos de Jesús, y me sentía cada vez más árida, muerta por dentro”.

Esa aridez es la que toma cuerpo en La tela, dilatado y dramático poema narrativo que con razón da título al volumen, ya que constituye un libro en sí mismo, comenzado en París y concluido en Calabria, hacia 1983. No hace falta aclarar que Muià posee un patrimonio de alta cultura, pero sí que se abstiene de hacer exhibición de la misma al escribir el poema, ya que con las voces humildes que pueblan el libro se propone representar un mito radicado en el mundo mediterráneo: El mito de la espera femenina, de la carencia masculina. Respecto del mito, afirma Muià: “Sólo importa expresarlo sin colorearlo de un exotismo que en su origen no tiene. Sólo importa dejarle su cotidianidad, su claroscuro, su ritmo. Y sobre todo dejar que hablen esas voces que bastan, por sí solas, a materializarlo. (…) …el telar, el árbol desarraigado, la partida del marinero, el abandono de la mujer y su petrificación, todo esto no tiene nada de opaco.”

Sin colores y sin opacidad, esa es la propuesta estética de la poetisa, o sea en total desnudez, con el despojamiento como regla de arte. El implacable sol africano del sur de Italia, junto con el zumbido de fondo del telar en que trabajan diariamente las mujeres y el murmullo del mar lejano y frío, recortan las voces parcas, adustas, que animan morosamente el poema dramático. Se trata de una poesía difícil, no obstante su simplicidad: exige la relectura asimilar el ritmo cansino que pauta de un modo monótono la representación de vidas abandonadas a escasas costumbres rituales extremadamente ascéticas. La juventud avergonzada y la vejez prematura se suman a la amenazante presencia del hombre siempre errante, siempre en fuga.

Del drama en sí que anida en el libro, cabe decir que abarca tanto una infancia como un exilio, ciertamente ligado al retorno de Mirella Muià a su tierra natal, junto con su hija y su amenaza de muerte. El foco está centrado en un nacimiento y una muerte, una muerte simbólica que dará lugar a un segundo nacimiento. De este último evento dan cuenta los poemas inéditos y el precioso apéndice del volumen, donde el lector podrá encontrar una prosa excelente que viene a esclarecer tanto los pasajes oscuros de La tela como la luz que imperó más tarde, al renacer para la vida del espíritu. Concluyo citando un poema reciente, de índole purgatorial; da cuenta de la potencia interior que anima a esta poesía:

Discurso del mortero

Ub. La Cruz Del Sur

El mortero de mármol ha hecho un largo viaje:
alguien lo ha extraído del cuerpo de la loma –
alguien lo ha separado de la piedra materna –
alguien lo ha recogido de un cúmulo de trozos dispersos –
alguien lo ha transportado de la cantera al taller del tornero,
y este le ha dado forma,
y para hacerlo lo ha excavado adentro y lo ha pulido afuera,
y con otro fragmento hizo la mano del mortero –
alguien lo ha puesto en venta a los maestros de íconos
para transformar en polvo fino los colores más refractarios –
alguien lo ha comprado y lo ha traído a mí,
y ahora está conmigo, aquí, y me interroga: “¿Quién eres?
No creas ser como este mazo
tan sólo porque tengas el vigor
y ves lo que a tus ojos no es correcto
y te anima ese celo de justicia…
Pero si quieres, si puedes decir que has hecho un viaje como el mío,
si de verdad caíste de la montaña al golpe de los picos,
si has sido recogido, excavado por dentro y pulido por fuera,
y luego te han vendido y te han comprado –
si reconoces que este viaje hiciste,
tú, piedra de mármol más dura que yo,
sabes, pues, que podrás ser como yo:
lugar donde se muele,
lugar donde moler y lugar que es molido
con la materia a transformar en polvo fino.
El color es molido, pero los golpes debes recibirlos tú,
acogerlos tú, llevarlos tú.
Si aceptas esto,
puedes ser como yo bajo la mano de Quien tiene la mano del mortero”.
Esto me dijo el mortero.

Mirella Muià: La tela y otros poemas. Prólogo y traducción de Pablo Anadón.
Edición bilingüe. Editorial Pre-textos, Valencia, 2022.